Foto Falk-von-Traubenberg
Federico
Figueroa
El compositor Hans Krása fue destinado a la cámara de gas por los nazis en el campo de exterminio de Auschwitz un 18 de octubre de 1944. Era el punto final para una vida que había iniciado en1899 en Praga.El Teatro Estatal de Baden le honra de la mejor manera que podría hacerse: haciendo que su música, considerada degenerada por aquel horrible régimen, se escuche. Krása es hoy más conocido por su ópera para niños Brundibár, aquella que el régimen hitleriano hizo representar en el “campo modelo” de Theresienstadt para mostrar al mundo, a traves de un película, lo bien que trataba a los judíos. La ópera Verlobung im Traum (Esponsales en sueños) está basada en la novela El sueño del tíode Dostoievski, publicada en1859, y es mucho más interesante musical y teatralmente que la operita para niños, sin restarle por ello su valía artística. La música de esos compositores herederos del romanticismo a los que se les tachó de degenerados y se les silenció (e increíblemente hoy todavía se les sigue mirando de forma extraña) encajaba el melodismo de forma natural y su búsqueda de nuevos caminos les llevaba hacia el jazz y otras formas musicales más populares. ¿Cómo sería nuestra música si los nazis no hubiesen prohibido estas manifestaciones? Quizá los compositores no se habrían sentido nunca abochornados (¿atemorizados?) del melodismo y hoy no estaríamos sufriendo esas óperas contemporáneas tan cercanas a ruidos, gemidos y gritos. Y tampoco se crucificaría a aquellos que osan retomar formas del pasado. En mi opinión el régimen nazi desvirtuó el proceso natural en la historia de la música. Descubrir a esta ópera de Krása, y otras de sus colegas de su tiempo y entorno, es necesario. Si además están tan bien servidas como es el caso de esta nueva producción, que sirve de apertura a la nueva temporada operística en Karlsruhe, quizá podría no ser una rareza verla programada en otros teatros en el futuro. La ópera, con prólogo y epílogo en las que un narrador nos cuenta que en el archivo de la ciudad consta la historia que se nos presentará enseguida. La puesta en escena de Ingo Kerkhof encontró en la ligereza de gestos, de escenografía (Dirk Becker) y en la potenciación de un inteligente diseño de iluminación (Stefan Woinke) el mejor aliado a la música a la que servía. La idea del teatro dentro del teatro, aquí como un cabaret, flotó durante todo el espectáculo. El vestuario (Inge Medert) y las imaginativas coreografías (Darie Cardyn) sirvieron perfectamente a una idea general con buen fuste y que funcionó de principio a fin. El director musical Justin Brown realizó, con sensibilidad y buen gusto, un ejercicio de equilibrio para que la Badische Staatskapelle mostrara un brillo constante en la ligereza del ropaje orquestal propio de la partitura. El elenco, todos miembros estables del Badische Staatstheater, se entregaron enjundia a sacar lo mejor de la obra. Muy destacada la soprano Agnieszka Tomaszewska en el pesonaje de Sina, y el barítono Jaco Venter como el atolondrado príncipe. No puedo dejar de mencionar, por su alto nivel artístico, a Dana Beth Miller (Maria Alejandrovna), Katherine Tier (Nastassja), Christian Voigt (Paul)y al maravilloso coro femenino.
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