Foto: Javier del Real
Mariano Hortal
Pocas veces vivimos un éxito tan aplastante como el
que tuve ocasión de presenciar. No puedo evitar sentir, como tenor de coro que
soy, un gran orgullo al escuchar un despliegue de medios como el que ofreció
ayer el mexicano Javier Camarena, más tratándose de una de las arias más
famosas que se conocen por su gran dificultad técnica; “Ah! mes amis”, con sus
nueve “Dos de pecho”; es un escollo de gran dureza, ya que requiere una
conjunción de técnica y una gran resistencia para llegar al do final sostenuto con garantías. Y sorprende aún más
porque lo afronta con voz de pecho, alejado de la más etérea interpretación de
Flórez que adolece del volumen del mexicano. Camarena aprovecha la técnica sul fiato al máximo consiguiendo una proyección
atronadora de cualquier nota que ejecute. En el caso de los proverbiales “Dos”
era más que escuchable por todo el teatro, que asistía con reverencia a un
espectáculo de esos que no se olvidarán nunca; no hay rastro de gola sino
que el sonido se proyecta desde la máscara central consiguiendo una gran
resonancia, milagrosamente no necesita prácticamente vibrato en el sostenuto
final, es prácticamente imperceptible; y todo ello con una afinación perfecta,
no caló ni uno solo de ellos. Se notó durante toda la actuación, sobre todo
cuando el protagonismo era de Marie cómo se adecuaba para empastar y no
sobresalir demasiado; pero claro, con ese torrente en los “concertantes” se le
oía por encima de todo. Quizá se le podría poner algún pero en la parte final,
puede que fuera el cansancio, o la relajación, pero la mezza voce que manejó
fantásticamente toda la obra se resintió un poco en su “Pour me rapprocher de
Marie” pero fue un espejismo que finalizó brillantemente con otro de sus épicos
agudos (improvisado en este caso). No todo fue
Camarena claro. El montaje escénico de Laurent Pelly, muy conocido ya por llevar
bastante tiempo trasladándose de un teatro a otro es tremendamente efectivo.
Sencillo en concepción, ambientado en la primera guerra mundial, clásico, pero
que aprovecha a la perfección los momentos cómicos que abundan a lo largo del
libretto para acentuarlos aún más, sobre todo en la original disposición del
segundo acto, donde aprovecha el carácter musical para realizar coreografías
divertidísimas que arrancaron las sonrisas de los espectadores en no pocos
momentos. Junto a este buen montaje no podemos olvidar la dirección musical del
veterano Bruno Campanella, perfecto conocedor de la obra, que sabe sacar todo
el jugo que destila su partitura. Sonó conjuntada la orquesta, con matices, con
buen uso de los crescendos a pesar de que inicialmente los metales estuvieron
un poco despistados. Todo se iba ensamblando en el gran espectáculo. Aleksandra
Kurzak hizo un esfuerzo encomiable con el endiablado papel de Marie, consciente
de los medios de su compañero y de la rotundidad, intentó ganar por la parte
actoral, se mostró muy divertida, pizpireta en su papel, buscando todos los
rasgos que hacen encantadora a esta protagonista. Sin embargo, sus problemas de
afinación durante buena parte de la obra lastraron su actuación. Fueron
evidentes desde su “Au bruit de la guerre” donde transitaba por las notas
agudas bruscamente y sin detenerse demasiado en las notas de paso para calar en
la nota más aguda. Este problema de afinación fue más escandaloso en los
momentos en piano de “Il faut partir” donde afeaba completamente muchos de sus
pasajes, quedó ciertamente deslucida. Si a eso sumamos que su voz en el agudo
no es precisamente bella, pues el resultado final no fue todo lo que se podría
esperar de un papel como este. Sonó mejor cuando cantó el dúo con Tonio o el
trío con Sulpice. Lástima, aun así el público reconoció su esfuerzo. Pietro Spagnoli
nos pintó un Sulpice muy dicharachero, un contrapunto cómico que brilló con luz
propia, especialmente en los diversos momentos en los que cantaba con los
protagonistas, su centro está bien timbrado y tiene la voz adecuada aunque le
faltó un poco de proyección, quedando ligeramente en segundo plano su voz la
mayoría de las veces. Ewa Podles, con la voz ciertamente avejentada, confío en su
capacidad como actriz más que en el canto, ya en su “Pour une femme de mon nom”
inicial prácticamente no se la oía con la entrada de coro, aunque sabíamos que
cantaba, se esforzó porque por lo menos las notas finales se escucharan pero
hablar de un intento de canto legato sería demasiado aventurado, todo sonó muy
entrecortado aunque, por lo menos, fue divertida; el papel teatral de nuestra
Ángela Molina como la duquesa de Crakentorp fue lo que tenía que ser,
extravagante, rozando la parodia en todo momento, ni más ni menos que lo que se
le tenía que pedir; bien Isaac Galán como Hortensius, otro de los contrapuntos
cómicos y con solvencia. El resto de comprimarios cumplió sin más. Nuevamente
tenemos que congratularnos del papel del coro del Teatro Real que volvió a
mostrarse sólido en su actuación, especialmente en los concertantes del primer
acto cantados con mucho gusto al mismo tiempo que tenían que moverse por todo
el escenario; como siempre, plenos de energía y con una calidad en cada nota
interpretada que no se puede poner prácticamente ningún pero. Siguen demostrando
que son toda una referencia. En conclusión, una noche magnífica, gozosa,
de esas que ayudan a aficionarse al género. De las necesarias en estos tiempos.
Así, yo digo sí.
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