Thursday, October 15, 2009

Les Huguenots - Bard Summerscape, New York

Foto: Erin Morley (Marguerite de Valois)
Crédito: Stephanie Berger

Lloyd Schwartz (The Phoenix)

Aunque precedió un simposio de “Wagner y su mundo”, Les Huguenots (1836) de Meyerbeer representó casi todo lo que Wagner detestaba (incluido el judaísmo de Meyerbeer). Este escabroso romance histórico que concluye con la masacre de los protestantes en la Francia católica del siglo XVI contiene siete papeles de cantantes estelares y un cúmulo de memorables melodías. Berlioz admiró su colorida orquestación, Enrico Caruso se hizo famoso por cantar el papel del hugonote Raoul, y muchas celebres sopranos cantaron el papel de Marguerite de Valois, su pagina de coloratura, o a la heroína romántica Valentine.
La producción de Bard ofreció algo de impresionante canto, especialmente la soprano Erin Morley con su Marguerite de alto nivel, que flotó en voz y en cuerpo por arriba del escenario, en una forma de ascensor de Joseph Albers (“homage to the square” o “homenaje al cuadro”). La Valentine de Alexandra Deshorties, sonó encantadora en las pocas ocasiones en las que no gritó – innecesario si se considera la excelente acústica del pequeño teatro Sosnoff Theatre diseñado por Frank Gehry (con menos de 900 butacas). Me gusto el barítono Andrew Schroeder como Nevers el rival católico de Raoul; el estentóreo bajo Peter Volpe como Marcelo, sirviente y consejero espiritual anti-católico de Raoul. En la ultima de las representaciones, el tenor Michael Spyres pareció batallar para que su atractiva voz no se le desmembrara.
El director de Bard, Leon Botsein dirigió musicalmente, y en el penúltimo cuarto acto, el cual anticipa las complejas intrigas políticas y personales de Don Carlo de Verdi, galvanizó a la orquesta. Poco me importaron los modernos anacronismos fotográficos del fotógrafo de modas español Eugenio Recuenco (sofás de piel, vigas de metal), pero los ritmos de Botsein aquí fueron fascinantes. Pero justo antes del final, el director de escena Thaddeus Strassberger hizo que el tenor se lanzará sobre la soprano, y con su ayuda, la despojó de su vestido de amplias caderas. El público sonrió nerviosamente, y aun asi, el desvergonzado Meyerbeer se hubiera ruborizado.
ENGLISH VERSION
Foto: Alexandra Deshorties (Valentine), Michael Spyres (Raoul)
Crédito: Stephanie Berger
Although it preceded a symposium on "Wagner and His World," Meyerbeer's Les Huguenots (1836) represents almost everything Wagner detested (and that includes Meyerbeer's Judaism). This lurid historical romance, which ends in the 16th-century French Catholic massacre of Protestants, has seven stellar singing roles and a slew of memorable tunes. Berlioz admired the colorful orchestration. Enrico Caruso was famous for singing the Huguenot Raoul, and many celebrated sopranos have sung Marguerite de Valois, her coloratura page, or the romantic heroine, Valentine.
The Bard production offered some impressive singing, especially soprano Erin Morley's high-flying Marguerite, who floated in voice and body above the stage in a kind of Joseph Albers ("homage to the square") elevator. The Valentine, Alexandra Deshorties, sounded lovely on the rare occasions when she wasn't screaming — unnecessarily, given the excellent acoustics of Frank Gehry's intimate Sosnoff Theatre (just under 900 seats). I liked baritone Andrew Schroeder as Raoul's Catholic rival Nevers and stentorian bass Peter Volpe as Marcel, Raoul's faithful retainer and anti-Catholic spiritual adviser. By the last of the week's four performances, tenor Michael Spyres seemed to be struggling to keep his attractive voice from shredding.
Bard president Leon Botstein conducted, and in the penultimate fourth act, which prefigures the complex political and personal intrigues of Verdi's Don Carlo, he galvanized the orchestra. I didn't care much for Spanish fashion photographer Eugenio Recuenco's trendy scenic anachronisms (leather sofas, steel girders), but Botstein's pacing here was riveting. Then, just before the curtain, stage director Thaddeus Strassberger had the tenor jump the soprano and, with her help, rip off her wide-hipped gown. The audience was reduced to titters. Even the shameless Meyerbeer might have blushed.

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