Fotos © Monika Rittershaus
Luis Gutiérrez
Salzburgo, 22/08/2013. Grosses Festpielhaus. Giuseppe Verdi: Don Carlo. Opera en cinco actos con libreto en francés de Joseph Méry y Camille du Locle, traducido al italiano por Angelo Zanardini y Piero Faggioni, con base en el original de Achille de Lauzières (Académie Imprériale de Musique, 11 de marzo de 1867; Teatro alla Scala, enero 10 de 1884 y Módena, 29 de diciembre de 1886). Peter Stein, puesta en escena. Ferdinand Wögerbauer, escenografía. Annamaria Heinreich, vestuario. Joachim Barth, iluminación. Lia Tsolaki, coreografía. Elenco: Matti Salminen (Filippo II), Jonas Kaufmann (Don Carlo), Anja Harteros (Elisabetta), Thomas Hampson (Rodrigo), Ekaterina Semenchuk (Eboli), Eric Halfvarson (Il Grande Inquisitore), Robert Lloyd (Un monje/Carlo V), Maria Celeng (Tebaldo), Kiandra Howarth YSP (Una voz celestial), Benjamin Bernheim (Conde de Lerma/Heraldo real), Anna Eva Köck (Condesa de Aremberg, papel mudo) y miembros del programa de cantantes jóvenes del Festival de Salzburgo YSP (6 diputados flamencos). Asociación de Conciertos del Coro de la Ópera de Viena. Hörn Hinnerk Andresen preparador del Coro. Orquesta Filarmónica de Viena. Director musical: Antonio Pappano.
Las producciones de Don Carlo en italiano, Don Carlos en francés, han sido desde época de Verdi diferentes en cada ocasión. De hecho, el estreno de Don Carlos en cinco actos no se hizo con la partitura inicial del compositor ya que, dada su duración, la Ópera exigió cortes, algunos notables pero sin afectar el ballet que prácticamente ya no se interpreta en nuestros días, con objeto de terminar la función a la medianoche, pues los últimos trenes salían a las 12:35. La segunda versión, la de Milán y ya como Don Carlo, se comprimió a cuatro actos, eliminando por completo el primer acto y las dos primeras escenas del tercero de París (el ballet es la segunda escena), además de otros cortes menos notables. Para esta ocasión, Verdi compuso la romanza de “Io l’ho perduta” para presentar al infante, quien quedó sin su aria inicial. En la producción híbrida presentada en Módena, aprobada por Verdi, se reinstauró la mayoría del primer acto, lo que eliminó la necesidad de la romanza de Carlo compuesta para Milán. Por supuesto que los cambios de producción a producción en vida de Verdi, no sólo implicaron cortes, sino también modificaciones musicales, destacando la del dueto entre Filippo II y Rodrigo al final del acto II (de París) o del I (de Milán). La versión que se utiliza hoy día es la de Milán, que es la más amarga en su texto y cercana a la obra de Schiller (principal fuente de literaria del libreto), a más de ser musicalmente la más corta y significativa. ¿Por qué escribí esta introducción? Porque lo que presenta este Festival es la producción que no sólo usa la versión de Módena, sino que reinstalan la primera escena completa de la versión original de París, la primera escena del tercer acto, así como el dueto del rey y el infante en el cuarto acto (cuya música es la semilla que usó Verdi para componer el “Lacrimosa” de la Messa da Requiem), además de algunos cortes adicionales correspondientes a la versión de París. El ballet de la reina del acto se omitió, no creo que por el tiempo adicional (¿qué son 15 minutos adicionales a las 5 horas que duró la función?), sino por el aumento considerable en el presupuesto derivado de la contratación de bailarines. Esta producción tiene muchas ventajas en mi opinión. El coro de la primera escena del primer acto explica el por qué los campesinos presionan a Elisabetta a aceptar casarse con el rey de España, para así terminar con el sufrimiento de la derivado de la guerra entre Enrico II y Filippo II. La enorme contribución de usar el primer acto es no sólo la caracterización de la princesa francesa u el infante español, así como de su amor juvenil e ingenuo, sino, y muy especialmente, el contar con el aria de Carlo “Fontainebleau! Foresta immensa e solitaria! Quai giardin, quai rosai, qual Eden di splendore” así como con el dueto de los jóvenes en el que el motivo musical que acompaña la frase de Elisabetta al entonar “Di qual amor, di quant’ardor Quest’alma è piena”, no sólo es de una belleza sublime, sino que recurrirá varias veces en la ópera. El usar la primera escena del tercer acto, que musicalmente no es excepcional, explica totalmente la sorpresa de Carlo cuando descubre que Eboli no es la reina. Es en la escena normalmente omitida, que se celebra en la noche previa a la coronación de Filippo II, cuando Elisabetta decide retirarse a sus habitaciones a la vez que presta su mantilla, alzacuello y mascada a Eboli, para que con su ropa presida el ballet. El dueto entre padre e hijo del cuarto acto ilustra nítidamente el afecto que ambos tenían por el asesinado Rodrigo.

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