Monday, September 10, 2018

Ali Baba y los Cuarenta ladrones de Cherubini en la Scala de Milán


Foto: BresciaAmisano- Teatro alla Scala

Massimo Viazzo

La primera producción scaligera de Alì Babà e i quaranta ladroni de Cherubini fue representada solamente en una ocasión, y únicamente en tres funciones, en la sala del Piermarini.  Esto fue en 1963, cuando la orquesta fue dirigida por Nino Sonzogno y entre los protagonistas hubo grandes cantantes como: Alfredo Kraus, Teresa Stich-Randall, Wladimiro Ganzarolli y Paolo Montarsolo. Igualmente, si nos remontamos al elenco de la primera representación absoluta en Paris en 1833 quedaríamos sorprendidos por la presencia en escena de un trio maravilloso que hizo historia en la ópera del siglo diecinueve: el tenor Adolphe Nourrit, la soprano Laura Cinti Damoreau y el bajo Nicolas-Prosper Levasseur. Sin embargo, esta ópera, la última de Luigi Cherubini, nunca ha descollado ni ha conquistado al público, mucho menos a la critica (por ejemplo, se conocía la aversión que Berlioz tenía por esta ópera), o quizás no ha sido nunca bien entendida dado el genero mixto que la caracteriza, que es un género bíblico entre opera buffa y grand-opera. Como consecuencia, muy pocas han sido sus reposiciones en la actualidad, y por ello la Scala ha hecho bien en incluirla en esta temporada (en su versión en italiano) confiándosela a los musicos y a los solistas de la Accademia, quienes han recibido ya muchos aplausos en los últimos años en Zauberflöte y en Hänsel und Gretel. La obra de Cherubini, inspirada en la conocida novela persa erróneamente considerada parte fehaciente de la colección de fabulas orientales de Las mil y una noches, es agradable por su bella música y gratas e inesperadas melodías. Además, Cherubini recuperó cuatro piezas de su obra precedente: Koukourgi. 
Es interesante recordar que también la obertura le gustaba mucho a Arturo Toscanini, quien la dirigió en concierto en varias ocasiones. La producción fue curada por Liliana Cavani, la gran directora teatral y cinematógrafa, muy ligada al teatro milanés, con ayuda de Leila Fteita en las escenografías, la de Irene Monti en el vestuario y con Marco Filibeck en las luces.  Tradicional en su entorno árabe, el espectáculo, gustó por la linealidad del desarrollo de la historia, y por los cuidados movimientos de los personajes.  Un toque de ‘teatro en el teatro’ se vio en la apertura del telón durante la obertura, como en el inicio del tercer acto, momentos durante los cuales dentro de una gran biblioteca que cubría todo el fondo del escenario, algunos muchachos con vestuarios modernos leían la historia que cuenta el libreto, preparándose para revivirla después durante la ópera. Nada pareció ser invasivo, y todo fue perfectamente coherente.  Por su parte, Paolo Carignani coordinó al complejo instrumental de la Accademia con eficiencia y dinamismo, mientras que los solistas mostraron haber trabajado con escrúpulo y entusiasmo tanto la parte musical como la dramatúrgica.  Sin dudas, podemos recordar al tenor lírico Riccardo Della Sciucca quien cantó el papel de Nadir con timbre fresco y luminoso, como a Francesca Manzo que comunicó expresividad a la amada Delia.  Alexander Roslavets fue un Ali Babà bien fraseado; y muy divertido estuvo el Aboul-Hassan de Eugenio Di Lieto. Maharram Huseynov mostró una voz generosa y timbre rotundo en el papel de Ours-Kan, y la Morgiane de Alice Quintavalla tuvo garbo.

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