Sunday, September 9, 2018

Lulú en el Teatro Municipal de Santiago, Chile


Fotos: Marcela González Guillen.

Joel Poblete

Es curioso como al tiempo que recientes producciones de óperas tan populares en el repertorio como Las bodas de Fígaro, Don Giovanni y Tosca no han conseguido el consenso y entusiasmo del público y la crítica en lo ofrecido últimamente en el Teatro Municipal de Santiago, sean los estrenos en Chile de títulos del siglo pasado, menos "clásicos" y masivos y en buena medida más complejos y demandantes, los que han obtenido resultados más contundentes y memorables. Así ha ocurrido por ejemplo en las temporadas líricas de la última década con partituras como Ariadna en Naxos en 2011, Billy Budd en 2013, The Rake's Progress en 2015 o Auge y caída de la ciudad de Mahagonny en 2016. Y así acaba de pasar con Lulú, de Alban Berg, uno de los trabajos fundamentales en el repertorio operístico del siglo XX, que al fin tuvo su debut en ese país durante los últimos días de agosto, como cuarto título de la temporada lírica 2018 del Municipal. Y no es un mérito menor: por sus demandas musicales y escénicas, a pesar de su importancia, esta pieza no es fácilmente "digerible" para el espectador tradicional -para el cual la experiencia puede no sólo ser ardua y agotadora, sino además casi una tortura- y no se representa tan a menudo como se podría esperar; sin ir más lejos, en Sudamérica sólo se ha ofrecido en Argentina, en el Colón de Buenos Aires (en 1965 y 1993) y hace apenas seis años en Brasil, en el Teatro Amazonas de Manaos. A 18 años del debut en ese mismo escenario de Wozzeck, la otra ópera del compositor austriaco, Lulú llegó al Municipal precedida por muchas expectativas. Y este montaje del Municipal no sólo las superó, sino además a mi juicio en lo musical y escénico y considerando las enormes dificultades de montar un título como este, es una de las producciones de ópera más atractivas y elaboradas que se han ofrecido ahí en mucho tiempo.  Lo escénico corrió por cuenta de la régisseur francesa Mariame Clément, quien desde 2004 ha estado dirigiendo producciones en escenarios tan reconocidos como la Ópera de París, el Festival de Glyndebourne y la Royal Opera House. Debutando en una obra tan difícil y compleja como Lulú, que además de tener distintas capas, matices y detalles para ser interpretada, tiene una considerable extensión, una dramaturgia intermitente y a menudo confusa y diversos cambios de escena, el trabajo de la directora fue muy atractivo, si bien hubo críticos que opinaron que la puesta fue "convencional" y que le faltó "intensidad teatral". 
Los movimientos escénicos fueron fluidos, con buen trabajo actoral de los cantantes, los cambios de escenografía dinámicos, y el concepto mismo resaltó con su tránsito entre la estética de circo, lo sórdido y patético, la comedia de situaciones, la parodia en la fiesta en París donde los invitados parecen simios, la no inclusión de una película en el interludio de la "música de cine" y la idea de reemplazar el retrato de Lulú por la célebre y controvertida pintura de Courbet "El origen del mundo", a modo de símbolo de cómo la protagonista es vista y representada por los hombres que la rodean. Fue muy valioso que una obra como esta, con una protagonista que puede encarnar tantos aspectos del universo femenino que justo en estos tiempos actuales se están revisando, revisitando y reinterpretando, haya tenido un montaje precisamente a cargo de una mujer. En la entrega de Clément, con la complicidad del chileno Ricardo Castro en la iluminación, destacó especialmente el talento de la diseñadora alemana Julia Hansen, quien además de un logrado y variado vestuario desarrolló una escenografía efectiva y que contribuyó a los distintos ambientes, desde los interiores en habitaciones amobladas hasta la desoladora escena final, pasando por una gigantografía de la sala del propio Municipal, casi a modo de "teatro en el teatro" o una suerte de espejo que involucraba al público en lo que estaba aconteciendo en el escenario. Y por supuesto, los elementos circenses y de pantomima, muy bien apoyados por los actores figurantes y comparsas a través de movimientos coreográficos a cargo del director del Ballet Nacional Chileno, BANCH, el francés Mathieu Guilhaumon. Por otro lado, uno de los grandes atractivos que tendría originalmente el estreno local de esta ópera era el regreso al foso orquestal del Municipal del Premio Nacional de Música de Chile 2012 Juan Pablo Izquierdo, quien aunque en los últimos años ha vuelto a dirigir a la orquesta de la que fuera titular en los años 80 y en la que actualmente es director emérito, la Filarmónica de Santiago, no había dirigido una ópera en ese escenario desde 1984. Y considerando la destacada labor que ha cumplido en su carrera difundiendo la música contemporánea, que volviera a dirigir un título lírico ahí y se tratara de la primera Lulú de su ilustre trayectoria, parecía indudablemente prometedor. Pero por problemas de salud el ya octogenario maestro debió abandonar el proyecto luego de un intenso período previo de preparación y ensayos, y por eso no queda más que elogiar el logro del director residente de la Filarmónica, el maestro chileno Pedro-Pablo Prudencio, quien asumió el inmenso desafío de abordar la partitura a menos de tres semanas del estreno. 
Si bien Izquierdo pudo preparar a los músicos en el tiempo previo, no dejó de ser casi titánico el desafío de Prudencio; abordando una partitura de tremenda exigencia, extensa, con contrastes sonoros y abruptos giros armónicos, el director y la Filarmónica obtuvieron uno de sus más completos desempeños del último tiempo. En lo que respecta al elenco, estuvo encabezado por la soprano estadounidense Lauren Snouffer debutando en el rol titular, donde además de su físico atractivo muy adecuado al rol y buenas dotes escénicas lució una voz atractiva y bien dispuesta a las enormes demandas de Lulú, que incluyen repentinos ascensos al agudo, variedad de estilos y la transición entre el canto y el diálogo hablado. Quizás fue más cándida y menos expresiva que lo habitual en este papel, y por supuesto que al ser su debut, aún hay detalles que la cantante deberá ir desarrollando y perfeccionando, pero para ser su primer abordaje en este titulo, su desempeño fue totalmente digno de aplausos.  El resto del reparto internacional estuvo muy bien cubierto por intérpretes como la mezzosoprano Michaela Selinger como la condesa Geschwitz, el tenor alemán Benjamin Bruns como Alwa, la mezzosoprano estadounidense Rebecca Jo Loeb (como la camarinera, el estudiante y un criado), el tenor coreano Robin Yujoong Kim como el pintor y el "negro" de la última escena. Destacaron especialmente el bajo germano Jens Larsen, de imponente presencia y buena expresión vocal, en el muy particular papel del anciano Schigolch, y el bajo-barítono argentino Hernán Iturralde, quien como en anteriores actuaciones en el Municipal, casi siempre en roles en óperas del siglo XX, se confirmó como un excelente cantante y dúctil actor, asumiendo ahora los roles del domador de animales que abre la partitura, y además el atleta.  En cuanto al barítono alemán Stefan Heidemann, aunque le faltó mayor potencia vocal estuvo correcto en lo actoral en dos personajes tan determinantes como el doctor Schön y la breve intervención de Jack el destripador, pero lamentablemente tuvo problemas de salud en dos de las cinco funciones, y si bien por deferencia al público igual actuó en ambas, en la penúltima velada prácticamente se limitó a realizar mímica en escena. Al menos logró recuperarse para la última... En los restantes personajes, muy sólidos estuvieron ocho cantantes chilenos: el bajo-barítono Arturo Espinosa, el tenor Gonzalo Araya, la soprano Carolina Grammelstorff, la mezzosoprano Evelyn Ramírez, el bajo-barítono Francisco Salgado, el bajo Jaime Mondaca, la soprano Cecilia Barrientos y el barítono Javier Weibel.



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