Ramón Jacques
La soprano alemana Hildegard Behrens mantuvo siempre una estrecha relación con este teatro ya que se presentó en este escenario en 171 funciones. Uno de los papeles mas representativos que cantó aquí fue precisamente el de Elektra de Strauss, y en la misma producción escénica firmada por Otto Schenk y que fue utilizada en esta velada. Por ese motivo, y en memoria de la gran soprano, fallecida el pasado mes de agosto el teatro realizó un breve homenaje dedicándole esta representación. Las escenografías diseñadas por Jürgen Ross y Otto Schenk, que consisten en un muro que cubre todo lo largo y alto del escenario del Met, con unas escaleras al centro que llevan a unas puertas de madera de entrada a un palacio, y con la enorme figura de un caballo de Troya caído sobre el escenario, proporcionan un atractivo marco visual para el espectador, pero resultaron obsoletas e incomodas desde el punto de vista artístico, ya que obstaculizaron el libre movimiento de los solistas, y demás artistas sobre la escena. Los coloridos vestuarios parecieron adecuados para la época en la que se situó la acción de la obra, y muy notable fue el trabajo de iluminación de Gil Weschler, ya que con sus brillantes cambios de colores rojos, amarillos, negros, blancos y grises, logró captar y exaltar los diferentes estados de animo por los que atraviesan los personajes, así como la: la tensión, la psicología o la decadencia de la trama. La dirección escénica de David Kneuss, como la mayoría de los espectáculos tradicionales del Met, se mantuvo dentro los limites del libreto y la historia. Al frente de la orquesta, Fabio Luisi realizó un inmejorable trabajo de acompañamiento, enalteciendo el amplio rango de colores musicales de la partitura que va del sublime lirismo (cuando los personajes expresan ternura y amor) a la atonal, de disonancia y fuerza, cuando se atraviesan los límites de sanidad mental. La conducción de Luisi fue segura, sin importar que la sección de metales, muy importante en esta orquestación, estuviera poco calibrada y por momentos fuera de sincronización. En su debut local, la soprano inglesa Susan Bullock se mostró ampliamente involucrada con el personaje Elektra, que fue vulnerable al inicio, manipuladora en su encuentro con Clitemnestra, y patológicamente obsesiva al final de la obra, aunque su danza triunfal de éxtasis pareció demasiado sobre dramatizada. Su canto fue intenso, agudo, uniforme y capaz de atravesar el profuso tejido orquestal. La soprano Deborah Voigt, reconocida intérprete del repertorio straussiano, mostró que aun posee una brillante y penetrante tonalidad vocal, y dio profundidad y fuerza dramática al personaje de Crisótemis, con autoritario desenvolvimiento artístico. Felicity Palmer creó una neurasténica y perturbada Clitemnestra, que cantó con su suntuosa y grande voz de mezzosoprano, que sonó fuera de control y estridente en ocasiones, pero con un cierto tinte. El Orestes del bajo-barítono Evgeny Nikitin fue satisfactorio por su adecuada proyección y su refinado estilo musical. El tenor Wolfgang Schmidt fue un efectivo y temperamental Egisto. El resto del elenco cumplió correctamente en sus breves intervenciones.
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