Massimo Viazzo
Fue un brutal y feroz rugido de la sección de metales lo que selló este memorable Boléro. El neoclasicismo estetizante de ciertas ejecuciones (también celebres) estuvo a miles de kilómetros de distancia de aquí. Valery Gergiev logró liberar de su orquesta una energía envolvente, imparable y también violenta, sin hacer menos el peculiar efecto hipnótico de la obra. Así, el dócil tema inicial poco a poco se fue desbordando, como un caudaloso río que fue inundando hasta transformarse en materia incandescente, a tal punto de hacer de este Boléro un indiscutible y cercano allegado del Sacre stravinskiano. Los últimos movimientos de batuta fueron literalmente irresistibles y el gesto final se convirtió casi en liberador. Gergiev que guió a la London Symphony Orchestra de manera deslumbrante (los metales literalmente se agigantaron) había iniciado el concierto con una ejecución inalcanzable de la celebre Pavane de Ravel, que fue gobernada por un imperturbable destilar de colores que fue sostenido por un movidísimo tactos. En Jeu de cartes el director ruso pareció haber cambiado la ironía por el “zolfo”: sonido siempre rotundo, tema muy proyectado, de afilados y sorprendentes ritmos con un Jolly Joker que pareció ser demasiado demoniaco. Por lo tanto, no habría porque maravillarse de más si el espíritu de Mahler suspirara ligeramente sobre la partitura. Gergiev le hizo justicia también a Jeux, obra maestra poco apreciada, de las últimas de Debussy – un poema casi sinfónico, abstracto, y sin “programa” – que apunta hacia un caleidoscópico divisionismo timbrico y con el que se valoriza de manera virtuosamente analítica cada minúscula estructura rítmica. Nada mas puede decirse de esa perla que es el Concierto para oboe de Richard Strauss, que fue interpretado con melancólica elegancia y refinada técnica por el primer oboe de la orquesta Emmanuel Abbühl. ¡Se ha tratado de un concierto memorable que traspasa incluso estas pocas líneas! El hecho de que publico turines, normalmente frío, haya soltado una gran ovación al final del Boléro, persuadió a Valery Gergiev para regalar, fuera de programa, una pirotécnica ejecución de la Marcha del ''Amor por las tres naranjas'' de Prokofiev.
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