Claudio Gaete Hermosilla (El Nuevo Día, San Juan)
Valió la pena la espera. El triunfal debut de Ana María Martínez en “La Bohème” len el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré fue un deleite para quienes aguardaban la oportunidad de ver a la gran soprano puertorriqueña interpretar una opera completa en su tierra natal. La “Mimí” de Martínez conquistó a la audiencia con una voz perfecta para el rol. Su timbre de soprano lírica, de color rico en matices, deliciosos pianissimos y perfectamente audible en las notas graves, cuando la partitura y el drama lo requirieron, fue ampliamente apreciadas. Tanto en su “Si. Mi chiamano Mimí” del primer acto como en la sentida aria “Donde lieta usci”, del tercero, Martínez retrató perfectamente la personalidad tímida, romántica y soñadora de la modesta costurera en el París del 1850. Fue hermoso el pianísimo que le impregnó al final de “Donde lieta usci”, el momento más alto de la noche. Ya en el último acto, la moribunda Mimí fue creíble en lo dramático y lo vocal. Su interpretación fue coronada con una merecida ovación. Rodolfo, el poeta idealista enamorado de Mimí, estuvo a cargo del reconocido tenor César Hernández, poseedor de una voz hermosa, de bello timbre, y en términos actorales absolutamente empapado de su rol. Sin embargo, lo suyo fue una jornada dispareja, que fue de menos a más, lo cual es una pena considerando que en el primer acto tiene a su cargo el aria “Che gelida manina”, una de las piezas más bellas escrita para la cuerda de tenor. Si bien en el primer acto tuvo algunos problemas de emisión, con una voz que no se escuchó pareja, ya en el Segundo acto asomó un Rodolfo más convincente y sólido vocalmente. Y definitivamente el tercer acto se le vio en total control de su instrumento, con agudos más sólidos, muy buen ‘legato’, con una voz completa, cargada del dolor y la pena que exige el texto y la partitura. Su desgarrador “¡Mimí, Mimí!”, ante el cuerpo inerte de su amada, fue para poner los pelos de punta. El barítono Guido LeBrón le impregnó a su Marcello solidez vocal y actoral. Su voz cuenta con una gran proyección escénica, redonda, de bello color y llena de matices. Su enamorada es “Mu s e t t a ”, la coqueta y llena de ‘joie de vivre’ que estuvo a cargo de Laura Rey. El rol se ajusta muy bien al instrumento de esta soprano, juvenil, vibrante pero ductile para hacer la transformación de una Musetta casquivana en el segundo acto a una más profunda en el cuarto.
El bajo Ricardo Lugo tuvo su momento de merecido lucimiento con su emotive interpretación de “Vecchia zimarra”, en el cuarto acto, uno de aquellos momentos robados compuestos por Puccini. En otros roles, tanto Oscar de Gracia (Schaunard), Carlos Conde (Benoit/Alcindoro) y Fabián Robles (Parpignol) tuvieron un desempeño eficiente, así como el coro a cargo de Jo-Anne Herrero. La Orquesta estuvo a cargo de Steven Mercurio, quien manejó con solvencia la hermosa partitura y optó por un acercamiento más intimista a la obra. La ‘régie’ estuvo a cargo del talentoso Gilberto Valenzuela, quien presentó una puesta en escena tradicional pero llena de detalles, ya sea en la casa de los bohemios o en la escena del Café Momus, especialmente difícil de ejecutar porque hay muchas personas en escena y se corre el riesgo de que se vea caótico. No fue el caso, al contrario, desde los malabaristas hasta los niños, todo fluyó perfectamente. Resultó novedoso poner un frío sol invernal emergiendo en el tercer acto, pese a que los cantantes se despiden bajo la nieve implacable. Tal vez es un tanto incoherente, pero visualmente funcionó muy bien. “La Bohème” fue un deleite para los amantes de la ópera y particularmente de Puccini. Una pena que un esfuerzo como éste, con Carlos Carbonell a la cabeza, se haya reducido a una sola función. Es de esperar que se reúnan más recursos para continuar con la difusión del arte.
El bajo Ricardo Lugo tuvo su momento de merecido lucimiento con su emotive interpretación de “Vecchia zimarra”, en el cuarto acto, uno de aquellos momentos robados compuestos por Puccini. En otros roles, tanto Oscar de Gracia (Schaunard), Carlos Conde (Benoit/Alcindoro) y Fabián Robles (Parpignol) tuvieron un desempeño eficiente, así como el coro a cargo de Jo-Anne Herrero. La Orquesta estuvo a cargo de Steven Mercurio, quien manejó con solvencia la hermosa partitura y optó por un acercamiento más intimista a la obra. La ‘régie’ estuvo a cargo del talentoso Gilberto Valenzuela, quien presentó una puesta en escena tradicional pero llena de detalles, ya sea en la casa de los bohemios o en la escena del Café Momus, especialmente difícil de ejecutar porque hay muchas personas en escena y se corre el riesgo de que se vea caótico. No fue el caso, al contrario, desde los malabaristas hasta los niños, todo fluyó perfectamente. Resultó novedoso poner un frío sol invernal emergiendo en el tercer acto, pese a que los cantantes se despiden bajo la nieve implacable. Tal vez es un tanto incoherente, pero visualmente funcionó muy bien. “La Bohème” fue un deleite para los amantes de la ópera y particularmente de Puccini. Una pena que un esfuerzo como éste, con Carlos Carbonell a la cabeza, se haya reducido a una sola función. Es de esperar que se reúnan más recursos para continuar con la difusión del arte.
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