Foto: Ramella& Giannese- Fondazione Teatro Regio di Torino
Renzo Bellardone
Con El Ángel de Fuego retornaron al Teatro Regio de Turín el misticismo y el esoterismo que se confunden y se entrelazan con las oscuras tintas del desvaneciente, misterioso y desconocido mundo, como lo perciben y lo habitan los poseídos por el demonio. Con una propuesta del Mariinsky los puntos mas altos de la escritura operística contemporánea fueron superados por el ‘tomar y dejar” el “recorrer y abandonar” de Prokofiev, gracias a la conocedora conducción, rica en acentos del maestro Valery Gergiev. Todos los reconocidos intérpretes ofrecieron una prestación vocal y de actuación de altísimo nivel. En los papeles principales: Renata, fue la muy aplaudida Olga Sergeeva quien pareció estar verdaderamente atrapada por las alucinaciones y supo interpretar con ductilidad vocal las difíciles melodías; Ruprecht fue confiado al reconocido barítono Nicolai Putilin. El óptimo tenor Leonid Zachozaev prestó su voz a Agrippa, mientras que en el papel de Mefistófeles estuvo Evegeny Akimov, quien junto a Alexander Morozov como Fausto lograron hacer una eficaz escena de la hostería. La adivina y madre superiora fue interpretada por la convincente mezzosoprano Olga Savova, mientras que Aleksei Tanovicki hizo sentir escalofríos con el papel de inquisidor. Además, fue apreciable el desempeño de la Orquesta y el Coro del Teatro Regio con aquello que hizo confundir a las mentes y desencadenó emociones agudas que fue la puesta en escena. La inicial sobriedad teutona con casas en la colonia del siglo dieciséis fue una apropiada ambientación para el encuentro entre Ruprecht y Renata, y la declaración de esta de las visiones del ángel. La estática fue interrumpida por las sorprendentes acrobacias de de los demonios menores interpretados por unos provocativos mimos semidesnudos, con el cuerpo pintado de blanco. La sobria escenografía de David Roger que procedía de la narración fue subiendo en un casi histérico crescendo de acción hasta culminar con la orgiástica escena final en la que los demonios y las monjas, que despojándose violentamente de sus hábitos, se ofrecieron simbólicamente a los poderes más ocultos dejando realmente atónitos a los espectadores. Al final con humo y con luces metálicas se evocó simbólicamente al Ángel como un golpe de escena en la dirección de David Freeman. Una propuesta atrevida que se adhiere perfectamente a la elección del Regio de no dedicarse solamente a obras de repertorio, sino de presentar obras poco habituales o nuevas, sin eximirse de la inteligente provocación cultura. La música vence siempre.
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