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Marco Borrelli
Massimo
Crispi
Primera opera del 2014, todavía en el escenario del Teatro Comunale, a pesar de que el Nuovo Teatro dell'Opera fuera inaugurado hace tiempo con una gran fiesta. Nabucco ha vuelto a Florencia después de una larga ausencia. La última vez, con la inolvidable puesta en escena en 1977 del trió Luca Ronconi, Pier Luigi Pizzi, Riccardo Muti es una memoria y una constatación que las perspectivas, los medios, y aquella época misma ya se acabaron y quien sabe si un día volverán. Poco sirve hacer limpieza de los recuerdos, aunque la nostalgia es un indicio, y tenemos que confrontarnos con el presente y esta puesta en escena florentina tuvo algo bueno y digno de interés. Para empezar, el espectáculo de Leo Muscato, con apreciables escenas de Tiziano Santi y buen vestuario de Silvia Aymonino, producción del Teatro Lirico de Cagliari y del Ente Concerti De Carolis de Sassari, fue premiado con el Premio Abbiati para la mejor dirección 2012. En su geométrica “pobreza” decorativa, con excelentes juegos luminosos de Alessandro Verazzi, el espectáculo fue perfectamente congenial a la interpretación múltiple de Muscato: un drama polivalente, visto desde los diferentes angulos de cada personaje. Eficaces fueron los movimientos escénicos de los solistas y del coro, este ultimo aquí de verdad de calidad superior, y las relaciones entre los personajes parecieron bien cuidadas. El único detalle un poco ridículo y opinable fue, queriendo ser severos, la hemiparesia derecha de Nabucco, consecuencia del rayo lanzado personalmente por Jehová como castigo para la soberbia del rey asirio, y que desaparece de repente en el momento de su conversión y arrepentimiento, mientras una luz vertical desde el cielo ilumina su cabeza. Andar claudicando así como hace el rey prisionero, hace reír, porque si el rayo realmente lo hubiera tocado lo hubiera hecho cenizas y no hemiparético! Además que el rayo le cae a su lado, por los menos según el libreto, y es la locura y no la hemiparesia el efecto secundario de esa fulguración. De todas formas Nabucco es una opera muy difícil, sobre todo para las voces. Abigaille, Anna Pirozzi, a pesar que fuera dotada de un buen brillo en los agudos, de vez en cuando mostró un poco de cansancio por la mortal textura kamikaze escrita por Verdi, con brincos de registro casi al limite de la ejecución. Había unas pocas incertidumbres en un par de frases y un registro grave de vez en cuando un poco blando, pero Pirozzi diseñó un personaje creíble y agresivo hasta el final y sus acentos resultaron fieros y con personalidad. El sacerdote Zaccaria de Riccardo Zanellato fue bastante regio y eminente, con frases extendidas y declamadas por una bella voz uniforme a pesar de un registro grave extremo también un poco blando. Dalibor Jenis, Nabucco, cantó con dicción clara y brillo notable pero un fenómeno raro se producía cuando el artista quiso cantar a media voz: la cobertura excesiva del sonido en el “piano” unificaba todas las vocales en una única indefinida, así como la articulación del sonido mismo, produciendo el efecto bastante ridículo de una papa en la boca, además de la deambulación hemiparetica, afectando una interpretación por otro lado digna de notas… Ismaele fue cantado por Luciano Ganci, cuya emisión estuvo contaminada de vez en cuando por una gana de pujar los agudos donde no deberían ir. pero resultó creíble escénicamente. Muy bien Annalisa Stroppa en el papel de la dulce Fenena, que cantó con voz limpia y de calidad y tocando cuerdas melancólicas. El verdadero protagonista de la opera, el Coro del Maggio Musicale, preparado por Lorenzo Fratini, dio lo mejor en cada intervención y cantó un magnifico "Va', pensiero" que fue bisado. Renato Palumbo condujo la orquesta del Maggio, siempre excelente, en una visión elegante y, si queremos, poco verdiana en el buen sentido, poniendo en evidencia las páginas sinfónicas y corales, enorme fuerza de esta opera. Éxito.
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