Foto: Rocco Casaluci
Anna Galletti
No
somos nada más que la suma de nuestras ilusiones, por no decir de los errores
de los que trazamos una máscara, un emblema social (...n’étant nous même que la somme de nos illusions, pour ne pas dire des
erreurs dont nous tirons un masque, une figure sociale - Richard Millet, “Sibelius”).
A la muy joven Butterfly se le presenta la
posibilidad de escaparse de la pobreza y de construir su propio emblema de
mujer de un oficial de la marina estadounidense. Ella llega a rechazar su
religión, acepta ser negada por su familia, habla del País de su marido cómo si
fuera el suyo. Su ilusión dura tres años. No obstante las advertencias sobre su
verdadera situación de mujer desamparada y las soluciones que se le ofrecen, su
máscara de ilusiones es demasiado poderosa, demasiado real para que pueda
alejarse de ella. Cuando le arrancan la máscara, para Butterlfy no hay más
lugar para pasar, aunque sea con tormento, de la obscuridad de la ilusiones a
la luz de la verdad. Irse hacia la obscuridad final es la única elección que le
queda. Si bien pueda parecer lejano
cultural y temporalmente, es fácil identificarse con el drama de Butterlfy, ya
que todos, conscientes o no, llevamos una máscara que filtra la luz y le da a
la realidad una dimensión propia, esa dimensión que cada uno quiere crear. Sería
fácil reconocerse en esta representación del engaño y de la soledad humanos aún
si faltaran las palabras, porque la música de Puccini habla sola. La orquesta,
dirigida por Hirofumi Yoshida con
decisión, pero también de manera poética y en algunos momentos conmovida,
envuelve el camino de la protagonista hacia la tragedia a través del respeto y
de la exaltación de la variedad de los estilos, las gradaciones, los
claroscuros, las sombras que la compleja partitura del autor propone. El rol de Butterfly en el estreno del 14 de
febrero fue interpretado por Mina Tasca
Yamazaki, quien sustituyó a Olga
Busuioc a última hora. La soprano japonesa, naturalizada italiana, se considera
en la actualidad entre las mejores intérpretes de Butterfly. Su interpretación
es apasionada y coherente, sin excesos. La intensidad de su actuación sin
embargo rescata solamente de manera parcial una voz linda y fresca, pero
carente de los colores y de la extensión que necesita este rol, que además es
casi totalizador. El Pinkerton de Luciano
Ganci resultó demasiado canalla, casi una parodia, y por eso afuera del
contexto. La voz de Ganci tiene mucha potencia, pero el uso que de ella hace el
tenor en esta ocasión no suscita mucha apreciación. Además la interacción entre
los dos, Yamazaki y Ganci, a veces parece incierta, pero eso podría tener su
justificación en la sustitución tardía de Yamazaki. Elegante y correcta la
Suzuki de Antonella Colaianni, quien
ocupa el espacio que debe ocupar, en el escenario y en el canto. Filippo Polinelli también construye con
atención y de manera coherente al libreto su Sharpless, que no decepciona. La
representación ha sido bien apoyada por la meticulosa dirección de Valentina Brunetti y por la escenografía
de Giada Abiendi, que ya se había
realizado para el mismo Teatro Comunale de Bolonia en 2009. Se trata de una escenografía sin adornos, minimalista, pero
expresiva, que se reduce acto tras acto hasta dejar un espacio casi total a la
trágica y final soledad de Butterfly. Una escenografía que reclamaría y merecería
una diferente calidad vocal de la protagonista.
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