Foto: Michele Crosera
Francesco Bertini
Entre las novedades de calidad en la temporada lirica del Teatro La
Fenice de Venecia se encuentra Alceste de
Christoph Willibald Gluck. Nunca antes representada en la ciudad lagunera,
donde por el contrario se han ofrecido varias producciones de Orfeo y Euridice, la ópera es la segunda
de la llamada “reforma gluckiana” que constituye el verdadero y propio manifiesto de las
intenciones del músico y libretista.
Además de las vastas dimensiones de sus composiciones, nutridas de
diversas obras vocales, están las características ligadas a su misma forma de
trabajo: los recitativos, y las arias ceden el paso a estructuras más amplias
que motivan las características expresas de Gluck en el prefacio de la primera
edición editada de la partitura. Alceste es la absoluta protagonista de la
opera y en los notables dotes vocales requeridos se asoma una intensa fuerza
dramática. Carmela Remigio buscó
redimensionar algunos límites vocales con la habilidad escénica y la
expresividad física, el volumen reducido, algunas tensiones en el agudo y un
cierto aire en la emisión que comprometieron el resultado cuidadoso de la
parte. De la astuta artista que es, la soprano apuntó al fraseo que busca con
evidente escrupulosidad, evidenciar las tensiones psicológicas de la mujer. El
rey Admeto tuvo en el tenor Martin Miller un intérprete atento a la
palabra, en los límites de una dicción ocasionalmente oscura, y estuvo en
serias dificultades en lo que se refiere a la entonación y a las exigencias de
la escritura. Los dos confidentes,
Evandro e Ismene, les fueron
confiados respectivamente a Giorgio
Misseri y a Zuzana Marková. El primero captó la dimensión ideal en el
estilo del siglo 18, y la segunda hizo valer el timbre agradable y una
extensión dúctil. Funcionales estuvieron
Armando Gabba, un oráculo y un pregonero, y Vincenzo Nizzardo, Gran Sacerdote de Apolo y Apolo. Desenvueltos estuvieron también las dos
jóvenes pertenecientes a los pequeños cantores venecianos, Ludovico Furlani como Eumelo
y Anita Teodoro como Aspasia en
los papeles de los hijos de la pareja real.
Optimo fue el trabajo desarrollado por Guillaume Tournaire, atento concertador a los colores y la
sonoridad del tipo del aspecto coral de la partitura. La orquesta de la
fundación veneciana respondió óptimamente a las indicaciones del director. A la par estuvo el coro, fundamental en la
obra de Gluck, preparado con atención por Claudio Marino Moretti. La dirección,
escenografía y vestuarios estuvieron a cargo completamente por Pier Luigi Pizzi que privilegió el
estilo neoclásico, mientras que la iluminación fue de Vicenzo Raponi. A las
sobrias pero imponentes partes visuales de gran impacto, se contrapuso una idea
de dirección débil, muy estática y alejada. El fuerte corte estético,
determinado por el uso del blanco y el negro cristalizó con el transcurrir de
la función en un marco arquitectónico de arcaica belleza e imponencia. El
público tributo un óptimo aplauso a la producción.
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