Foto: Lynn Lane
Carlos Rosas
La producción
escénica de Eugenio Onegin creada por Robert
Carsen para el Metropolitan de Nueva York en el 2007, de la cual existe una
grabación en DVD, sirvió para reintroducir al escenario de Houston una ópera que
aquí no se había escenificado desde el 2002. El idea de Carsen es simple, pero
elegante y moderna, ya que se trata de un montaje conceptual que asombra y
entusiasma el espectador, donde la acción se realiza en espacios reducidos y pocos
elementos como sillas –el leitmotiv
de la producción- un jardín repleto de hojas color rojas y naranjas caídas de
los arboles en una escena otoñal muy emotiva, o por ejemplo, en el duelo entre
Onegin y Lensky donde en un fondo azul se vislumbran solo las siluetas de los
artistas. Todo dentro de un marco de colores e iluminación muy bien pensado y
de muy buena manufactura, sin olvidar el complemento que hacen los refinados vestuarios
de época de Michael Levine. ¿Qué podría
entonces faltarle a la función como que deja la sensación de vacío o faltante? La
respuesta está en que se requería un elenco vocal de mayor peso. Con ello no se
quiere menospreciar a priori a los
cantantes ni descalificar su desempeño, si no que extraña que en un teatro de
este nivel y con los recursos que poses los artistas reconocidos, los nombres y
las estrellas han ido desapareciendo paulatinamente. Con ello ¿se busca reducir
costos, foguear y presentar a los nuevos valores del futuro? ¿Se requerirá un
cambio estructural al interno del teatro o una nueva política de casting? Preguntas
sin respuesta. Nada se le puede escatimara una soprano como Katie Van Kooten, quien mostró
personalidad, profesionalismo y grata presencia e innegablres recursos vocales
como Tatyana ni a Scott Hendricks su
entrega y rica voz como el protagonista Onegin. pero no puede evitarse la sensación
de que algo faltó. Por su parte, el tenor Norman
Reinhardt mostró su lado celoso y explosivo, algo exagerado como Lensky al
que prestó su voz de colorido timbre con el que cumplió satisfactoriamente; y Megan Samarin mostró una calidad y
distinguida voz oscura de mezzosoprano como Olga. Dmitry Belosselskiy fue un autoritario Príncipe Gremin que cantó
con elocuencia y profundidad. Un lujo innecesario e inexplicable, bajo el
contexto descrito, fue la presencia de la legendaria Larissa Diadkova como Filipyevna. Al frente de la orquesta Michael Hofstetter condujo con dinámica
y buena mano, aunque aquí emergió la brillantez romántica y orquestal contenida
en la partitura de Tchaikovsky.
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