Foto: Michele Crosera
Franco Bertini
La nueva producción de Norma concebida para el Teatro La Fenice de Venecia
fue muy esperada y con inquietud. Se
trata del experimento que coincidió con la all’Esposizione internazionale
d’Arte della Biennale, un evento muy renombrado, que renovó la experiencia que
se tuvo con la producción de Madama Butterfly en el 2013. En esta ocasión la
elegida fue Kara Walker, la artista afroamericana interesada en la temática
ligada a las razas, al género, a la sexualidad y a la violencia. Su concepto obtuvo reconociendo en todo el mundo, en particular por la
temática de ruptura, tratada con constancia y fuerza. La idea que permea su montaje creó un
paralelismo entre la ocupación romana de Galia en el 50 a.c. y el dominio
colonial de una potencia europea en áfrica en el siglo diecinueve. Las figuras de Norma, Adalgisa y Oroveso
mantuvieron sus principales características, Pollione se convirtió en un
explorador del continente negro inspirado en la figura del italiano Pietro
Savorgnan di Brazzà fascinante pionero de rasgos románticos. Aquí se confronta
con la diversidad encarnada por el color de la piel y con referencias
culturales. Walker insertó el elemento de la máscara africana acentuando lo
anormal da la oscuridad artificial. El
sobrio montaje escénico apunta hacia elementos fuertemente caracterizados como
jungla, la solemnidad de la naturaleza, y como se señaló, la máscara. Esta
última tiene imponentes dimensiones que cubrían completamente el escenario,
plasmando las formas sobre las cuales los artistas se movían durante la
función. A estas ideas está ligado el recorrido artístico de la pintura y
escultora, se vio una concepción de dirección estática, desligada de la
narración e poca cuida para evidenciar las características de los personajes.
El tormento de los protagonistas se profundizó de manera distante, mientras que
la personalidad del romano corrió el riesgo de perder sus características
esenciales. Si el aspecto visual no suscitó entusiasmo, el resultado musical se
mostró descolorido y privado de interés. Maria Billeri se aproximó al papel de Norma con un carácter
salvaje. En escena fue sanguinaria, excesiva, y con endurecimiento actoral. Les
características vocales se alejaron de las exigencias de la protagonista, su
registro central pareció ligeramente velado, y el agudo frecuentemente
enganchado con incertidumbre, y lo embellecimientos no siempre fueron precisos.
Se reconoce la atención reservada al fraseo que compensó en los límites de lo
posible para definir a la sacerdotisa. Roxana Costantinescu cubrió el papel de
Adalgisa sin grandes arrebatos. La definición de la ‘joven ministra del templo’
resultó sumaria pero en general creíble, aunque la emisión pareció desigual,
forzada al subir en el pentagrama, la recitación fue conducida hasta el final
sin incidentes. El esperado Gregory
Kunde retornó al papel de Pollione. La
voz del tenor estadounidense pareció endurecida, por la ampliación desmesurada
de su repertorio, y fue avara de colores y limitada de las exigencias de la
partitura. A pesar de ello, el artista que proviene de una brillante carrera
belcantista, posee la inteligencia interpretativa que para compensar sus
carencias utilizó la región aguda donde se escucharon sonidos gloriosos. Dmitry Beloselskiy se desempeñó
honorablemente como Oroveso. Completaron el elenco Emanuele Giannino,
perfectible Flavio, y Anna Bordignon como Clotilde. También el concertador tu
elecciones discutibles. Gaetano d’Espinosa optó por tiempos poco sintonizados
mientras que las dinámicas, tendientes al énfasis, no beneficiaron la lectura
belliniana. La musculosa dirección oscureció el refinamiento requerido por la
escritura, rescatando solo de manera parcial una ópera ausente del escenario
veneciano desde hace más de veinte años.
La orquesta y el coro, este ultimo dirigido por Claudio Marino Moretti,
dieron una prueba satisfactoria. El nutrido público mostró un sonoro consenso,
en particular hacia Gregory Kunde.
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