Foto: Mirga Gražinytė-Tyla / LA
Philharmonic - Vern Evans
Ramón Jacques
La Sinfónica de San Diego (San Diego Symphony) ofreció en su sede la
sala de conciertos Copley Symphony Hall en California, el que hasta hoy puede
considerarse como el concierto más emocionante de la actual temporada. Para
tocar buena música, se debe contar con buenos músicos y esta orquesta los tiene,
pero ese constante afán de aspirar a la perfección, apegarse al pie de la letra
a la partitura y a las intenciones del autor, deja en ocasiones poco margen
para la espontaneidad y el mensaje de la música hacia el espectador puede
convertirse en mecánico y rutinario. En este concierto se sintió cierta libertad,
entusiasmo y gozo de los músicos por hacer música y del público por escucharla.
En gran medida el éxito se debió a la presencia de la joven y electrizante directora
lituana Mirga
Gražinytė-Tyla, en su debut al frente de la orquesta.
Cabe mencionar que a partir de la próxima temporada el puesto de director
musical de esta agrupación quedará vacante, y esta joven directora de 29 años
es una firme candidata para asumir el puesto, sin embargo, sus actuales cargos
de directora asociada de la vecina Los Angeles
Philarmonic, cuyo titular es Gustavo
Dudamel, y de directora musical del teatro Salzburger Landstheaters en Austria, así como el interés que ha
despertado en importantes orquestas y teatros de ópera, podrían dificultar su
llegada permanente a San Diego. Lo cierto es que Mirga Gražinytė-Tyla es un talento que está a punto de despuntar
hacia grandes proyectos, y esta orquesta ha sentido su inyección de vitalidad
frescura y energía. Su carta de presentación fue la Obertura Leonora no. 3 de
Beethoven donde se mostro cercana a los músicos y a la música, dirigiendo con cuidado y atención a la
acústica y los timbres, creando ilusiones musicales. La ejecución de los
músicos fue dramática y cargada de tensión. Pero más allá de la energía con la
que conduce, esta directora aporta a sus lecturas seguridad, precisión,
entendimiento, e intención, concediéndoles los músicos libertades para
expresarse. En el Concierto
para violín en re
menor, op. 47 de Jean Sibelius captó el profundo sentido de la tranquilidad nórdica
que contiene la pieza, con una balanceada sintonía con la violinista Karen
Gomyo, con la fulgurante y flexible emisión de su instrumento en sus
intervenciones, que estuvieron bien cobijada por el marco musical que le tejió
la orquesta. En la ejecución de La consagración de la primavera de
Stravinski involucró y convenció a las diversas secciones de la orquesta los
metales y las percusiones para emitir un sonido homogéneo. En los pasajes más
sutiles, resaltaban el clarinete o la musicalidad de los violines. En suma, Gražinytė-Tyla demostró que puede ser el revulsivo que esta orquesta está
buscando y que necesita para su renovación, y prueba de ello fue una sala rebosante
de público joven.
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