Foto: Ennevi
Francesco Bertini
El Teatro Filarmónico de Verona puso en escena una vivaz versión de El
Barbero de Sevilla de Rossini. El punto de fuerza del espectáculo fue
constituido por una centelleante producción de Pier Francesco Maestrini
director y vestuarista, y de Joshua Held creador de las escenografías
animadas. La intensa puesta está
ambientada dentro de una fantasiosa caricatura
en una reinterpretación de los personajes a la luz de una divertida desviación
rossiniana ya que todos son gordos como el autor y así se movían sobre la
escena. Al mismo tiempo en el fondo se realizaban proyecciones animadas las
cuales crearon divertidas escenas y gags que cambiaban constantemente. Aquí se
vieron elementos cinematográficos que evocaban los mas celebres dibujos
animados. La fusión entre la acción
escénica y las imágenes fue prodigiosa, y los cantantes formaron un uno con los
inventos visuales además que se insertaban dinámicamente en la narración. Por
momentos se tuvo la impresión de un abuso en la constante propuesta de escenas
pero el buen resultado final lo aseguró la fluidez de las ideas. El resultado
musical se impuso con la presencia de Stefano Montanari, director que ofreció
una lectura personal que puede levantar interrogantes ya que manipuló la
partitura interpolando algunas intuiciones, segundo una visión propia
rossiniana que indudablemente lleno de energía a la partitura en detrimento de
una unidad segura. Los repentinos cambios de ritmo dieron vigor a la
concertación que prestó gran atención a las dinámicas, con el cuidado de las
diversas sesiones orquestales y la constante presencia del clavecín, que tocó
el propio Montanari. Entre los intérpretes se distinguió el siempre desenvuelto
Bartolo de Omar Montanari, barítono cómico en el punto justo y constantemente
atento al canto limpio de las incrustaciones tradicionales. Christian Senn repuso su reconocido Fígaro,
dinámico y desenvuelto aunque puntiagudo en el fraseo. Edgardo Rocha, el conde Almaviva, interpretó el papel con entereza,
obteniendo la aprobación del publico después del ‘Cessa di più resistere’,
frecuentemente omitido. A pesar de que su instrumento parece reducido en el volumen y por
momentos no tan bien proyectado, su vocalidad si impuso por su desenvuelta
agilidad y atención a las palabras.
Menos convincente estuvo Marco Vinco un Basilio un poco sumario y
escénicamente divertido. Rosina le fue confiada a Annalisa Stroppa quien captó la escancia de la joven pupila
distraída, sin exasperar la escritura rossiniana. La orquesta y el coro de la
Arena de Verona resultaron convincentes. Las reacciones de entusiasmo del
público no escondieron algunas desaprobaciones al director.
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