Foto: Anthony Rathbun
Lorena J. Rosas
La Sinfónica de Houston (Houston
Symphony) ofreció en versión semi-escénica Fidelio de Beethoven, concluyendo
así el ciclo completo de obras de este compositor, que fueron ejecutadas a lo
largo de dos años, bajo la conducción de su titular Andrés Orozco-Estrada. El maestro colombiano había dirigido apenas
unos días antes de estas representaciones, las sinfónicas 6 y 7, y eligió para
cerrar el ciclo la única ópera del compositor alemán. La sala de conciertos Jones Hall carece de
toda posibilidad de hacer un montaje escénico, pero la ayuda de algunas modificaciones
al escenario, como una pasarela frente al público y a espaldas del director, o
tarimas realzadas al fondo del escenario, dejando a la orquesta en una especie
de foso de teatro, aunado a brillantes efectos
de iluminación y un poco de actuación, se
creó un ambiente más “operístico y teatral”, por llamarlo así, aunque el
resultado de hacer una ópera estrictamente en concierto puede ser igual o más efectiva. El concierto contó con la presencia del sólido
y comprometido Coro de la Sinfónica
(o Houston Symphony Chorus) y la dirección
actoral le fue encomendada a Tara
Faircloth. La actuación y movimientos de los artistas dieron fluidez a la
obra e hicieron la velada entretenida, pero la sobreactuación difícilmente transmitió
las profundas creencias y valores humanos que contiene la trama como la
libertad y la lealtad marital. De igual manera se omitieron los diálogos en alemán,
bajo la premisa que “ello dificulta la compresión de la obra para el público” y
fueron sustituidos por la lectura de citas de personajes como: Ghandi, Nelson
Mandela etc. De ello se encargó la
artista Phylicia Rashad, originaria
de esta ciudad, y que es mejor conocida por sus
apariciones en televisión y cine. Finalmente, fue la música y el canto lo que habló
por sí mismo, ya que vocalmente el elenco se mostró solido y comprometido. El
papel de Leonora fue encarnado por la
soprano inglesa Rebecca Von Lipinksi,
quien sobresalió con su clara y límpida vocalidad, conmovedora, de buena proyección y brío, aunque se le vio
un poco restringida en su expresividad a causa de las ideas actorales.
El tenor
estadounidense Russell Thomas, hizo
gala de una voz plena de uniformidad y dominio de la partitura. Un artista que
ha tenido un importante crecimiento y que es muy apreciado en los escenarios
norteamericanos, que regaló intensidad y grato color de timbre. Lauren Snouffer como Marzelline y Joshua Dennis como Jaquino, sacaron
provecho a sus personajes desde su dueto inicial, y se preocuparon por ofrecer
más, que solo cumplir en papeles secundarios. Nathan Stark es un bajo de interesantes cualidades, que tuvo un desempeño
correcto en el papel de Rocco. El siniestro Don Pizarro, fue personificado
literalmente así por Alfred Walker, un
efectivo bajo barítono que dotó de malicia al papel con solidez y profundidad
en su voz oscura y potente, y en su actuación. Andrew Foster-Williams cumplió con su breve intervención como Don
Fernando. Reflexionando sobre el desempeño
vocal de esta velada, se puede concluir que el éxito vocal de cualquier ópera u
obra vocal, no depende solo de contratar nombres o estrellas, sino de hacer un trabajo serio de casting, para encontrar las voces y artistas adecuadas, donde quiera que estos se encuentren,
y en ese sentido la administración artística de la orquesta cumple cabalmente con su tarea. Bajo la batuta de Andrés
Orozco-Estrada, la Sinfónica de Houston ofreció un sonido homogéneo, pulido
y cargada de la energía y el entusiasmo que le imprime su conductor. Estuvo muy atento
al detalle, y al balance, y muy bien la orquesta en sus líneas, aunque los metales se
lucieron.
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