Friday, March 19, 2010

La Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela dirigida por Claudio Abbado en Lucerna, Suiza

SJVSB. Director: Claudio Abbado. Solista: Anna Prohaska. Sala de Conciertos Teatro KKL. Festival de Lucerna, Suiza. 19-03-2010. Fotos: Nohely Oliveros/ Fesnojiv
La Sinfónica Simón Bolívar aportó emotividad y precisión en Lucerna, Suiza
Prensa Fesnojiv

La esperada actuación de la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar, con el maestro Claudio Abbado guiando la batuta, se inició con una suite de Sérgei Prokófiev (Escita, Op.20) en cuya interpretación predominaron la claridad y el orden, con líneas rotundas y un nunca descuidado matiz de incandescencia. Equilibrio entre la gran familia de instrumentos, transiciones llenas de sabiduría y planos sonoros ejemplares para una estructura tímbrica que nunca mostró ni un ápice de flaqueza, fueron atributos que extasiaron a los cultísimos melómanos que ocuparon las casi dos mil butacas del Concert Hall de Lucerna, Suiza, asiento de uno de los festivales de música de mayor prosapia del planeta. La Simón Bolívar, orquesta residente y atracción estelar del evento, aportó trascendencia y precisión, embridada por la férrea batuta de quien está considerado como uno de los directores de mayor jerarquía de la historia. El público de Lucerna, habituado a los grandes acontecimientos musicales, se rindió ante el vigor y la solvencia técnica de los instrumentistas venezolanos, aplaudiendo de manera entusiasta su interpretación contrastada y colorista.

Igualmente aclamada fue la soprano Anna Prohaska, solista de la Sinfónica Simón Bolívar en la exigente Suite de la ópera Lulú de Alban Berg, abordada por el maestro Abbado y sus huestes venezolanas con un lirismo mesurado, no exento de exuberancia y aliento. Prohaska mostró un sonido eminentemente lírico, agradable, fresco, radiante y soleado, con un carisma que conjuga encanto y seducción. Su fraseo fue imaginativo y regulado, cualidades indispensables para el canto en forte y para la intimidad de los pianissimos.

La Patética de Tchaikovsky -obra seleccionada por el maestro Abbado como epílogo de este primer concierto del festival- fue un modelo de rigor constructivo. A partir del sobrecogedor susurro con el que la orquesta inició su accionar, la tensión interpretativa no decayó jamás. Además de patética, la gran composición de Tchaikovsky fue una sinfonía geométrica, delimitada hasta la exactitud. Los músicos venezolanos, guiados por la sabia batuta del maestro italiano, consiguieron seducir nuevamente al conocedor público local, brindando –como bien apuntó un importante periódico cultural suizo- “un divino ejercicio de emoción y belleza”.

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