Foto: Brescia & Amisano - Teatro alla Scala
Massimo Viazzo
En esta ocasión Riccardo Chailly propuso una
opera pucciniana en la Scala, teatro del
cual es el director principal, y su elección fue una versión no esperada. La ópera
que inauguró la nueva temporada fue Madama Butterfly, y la versión fue la de su
estreno mundial en 1904, versión que el propio Puccini reelaboró inmediatamente
después de haber visto el funesto resultado
de su première scaligera. La reconstrucción filológica fue curada por
Julian Smith para la Casa Ricordi de Milán después de trabajar minuciosamente sobre
las fuentes. No es este el momento para
juzgar cual es la mejor Butterfly posible, si precisamente aquella de 1904 silbada
en la Scala o la que retocó inmediatamente el compositor para los teatros de
Brescia, Turín, Londres y Paris (las modificaciones principales tienen que ver
principalmente con cambios en algunas partes melódicas, algunos cortes para
hacer más agiles algunas escenas, el aumento de la celebérrima aria del tenor
del último acto“Addio fiorito asil”,
como también la subdivisión en tres y no más en dos actos); lo cierto es que la
dirección artística del Teatro alla
Scala le dio a los apasionados, la rarísima posibilidad de escuchar la primera composición
de una de las más aclamadas obras maestras del compositor toscano. Esta es sin
duda, una operación meritoria. Chailly quiso
enérgicamente esta Ur-Butterfly, y ha fue justo él, el protagonista absoluto de
la velada. La suya fue una dirección nada
fingida o sentimental, siempre muy atenta al detalle sin perder nunca de vista
la visión del conjunto. La Orquesta del
Teatro alla Scala sonó de manera magnifica, con transparencia y extrema
claridad restituyendo la trama musical y con un buen paso teatral. Lamentablemente desde el punto de vista visual
pareció demasiado disminuido. Alvis
Hermanis ilustró más que hacer dirección escénica, diseñando un Japón de
cartulina, sin cuidar de manera profunda los movimientos escénicos de los
cantantes a quienes dejó un poco a la
deriva. El debut en el papel principal
de María José Siri pareció convincente
en general. Su canto seguro y de timbre homogéneo quizás no suscitó el
entusiasmo de otros tiempos, pero la soprano sudamericana verdaderamente supo
captar de manera eficaz los trazos del carácter de la protagonista yendo
vocalmente in crescendo durante el transcurso
de la función. Por su parte, fue desilusionante la prueba de Bryan Hymel, cuyo Pinkerton tuvo un
peso vocal muy limitado como para electrizar al público, y un timbre que no fue
particularmente cautivante. Al inicio de
la ópera, fue despiadada su confrontación con el Goro bien cantado por Carlo Bosi. Bosi mostró un grato timbre, optima proyección
vocal, dicción perfecta, cualidades que desafortunadamente cubrieron el canto
de Hymel. Carlos Álvarez dotó de extrema nobleza al papel de Sharpless, que cantó
con envidiable rotundidad de timbre y acento casi perfecto. También la intensa
y expresiva Suzuki de Annalisa Stroppa
gustó mucho. También los papeles menores
dieron su buena contribución al éxito de un espectáculo que mostró buenas flechas
al propio arco.
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