Friday, December 15, 2023

Don Carlo en Milán

Foto: Brescia&Amisano / Teatro alla Scala

Massimo Viazzo

Un Don Carlo de éxito contrastante es el que abrió la nueva temporada scaligera, inauguración realizada como es costumbre el 7 de diciembre, fiesta de Sant’Ambrogio, el santo patrón de la ciudad de Milán (aunque esta reseña corresponde a la segunda función). Sobre todo, fue contrastante por la parte visual, ya que, frente a los hermosos vestuarios de época negros, que ostentaban opulencia, y eran muy elegantes, diseñados por Francesca Squarciapino hubo un montaje funcional que al final fue un poco monótono, caracterizado por una escena sustancialmente fija ideada por Daniel Bianco dominada por una torre central giratoria de falso alabastro y por enormes puertas que se desmantelaban y se reconstruían. El director escénico Lluís Pasqual se limitó solamente a ilustrar la oscura historia de amor, poder y muerte, dejando sustancialmente a los cantantes solos sobre la escena, tratando con gestos estereotipados y repetitivos, sin especial atención a la interacción entre ellos y sin una búsqueda psicológica en profundidad. Tampoco la conducción de Riccardo Chailly convenció plenamente.  El cincelado de los detalles particulares, el cuidado de los timbres, la búsqueda de la transparencia y la precisión parecieron limitar una visión teatral muy amplia que en una ópera articulada como esta, es fundamental. Si bien es cierto, el profundo análisis efectuado por el director de orquesta milanés ha llevado a descubrir timbres y motivos frecuentemente sepultados en los recovecos de la partitura y que rara vez emergen como en esta ocasión.  Debe recordarse que, aunque la Scala ha elegido la versión de la ópera de 1884, la conocida ‘versione di Milano’, para entender mejor, la de cuatro actos sin el de Fontainebleu.  Quizás los tiempos han madurado para llevar a la capital lombarda la versión francesa de la obra maestra verdiana que nunca ha sido representada en la sala del Piermarini.  Al final, se puede afirmar que ha sido notable la ejecución orquestal, pero ello un poco en detrimento de un desempeño dramático general. El elenco estuvo verdaderamente excelente, comenzando por Francesco Meli que vistió el papel del protagonista como ya lo había hecho en la última edición scaligera de este título en el 2017 (en 5 actos) bajo la guía de Myung-Wun Chung. Meli delineó un Don Carlo inquieto e interior con una excavación del personaje. Su línea de cantó pareció refinada y el fraseo ideal.  Meli con una excelente proyección vocal convenció no obstante sus notas más agudas no estuvieron siempre a punto.  Anna Netrebko interpretó a Elisabetta di Valois con una voz suntuosa, de color bruñido. Tu che le vanità, la muy esperada aria del cuarto acto, encantó por la seguridad de la línea, la pompa tímbrica y el acento real, a pesar de una dicción no siempre muy clara.   Su antagonista femenina, la Princesa d’Eboli, fue personificada por Elina Garanča con voz imperiosa, timbre seductor, fascinante presencia y una capacidad fuera de lo común para dominar la extensa tesitura.  La suya fue una Eboli de carácter fuerte, feroz, dramáticamente atormentada, con rasgos quizás un poco álgidos, pero de gran nivel.  O Don Fatale fue uno de los momentos más electrizantes de la función.  Michele Pertusi se identificó totalmente con el papel de Filipo II dando una verdadera lección de canto alternándola con melodías cantadas a flor de piel, mezze voci siempre nítidas y rotundas en los timbres, por momentos más intensas, apremiantes y perentorias.  Pertusi sabe muy bien cómo alcanzar la palabra escénica verdina y esto se notó en su capacidad de colorear las frases emitiéndolas con claridad y certeza dramática.  El vértice emotivo de su interpretación, Ella giammai m’amo, entusiasmó mucho. También Luca Salsi posee el color y el acento que parecen ser hechos especialmente para cantar Verdi, y personificó al papel de Roderigo matizando las frases y cantando con refinamiento.  Su Per me giunto è il dì supremo... Io morrò, ma lieto in core fue de enmarcar. Salsi convenció también a los que pensaban que su voz de adaptaba a papeles brutales y violentos que a los refinados y nobles como el del Marques de Posa.  Jongmir Park sustituyó a Ain Anger, previsto inicialmente en el elenco, y dibujó un Gran Inquisidor un poco estentóreo y expresivamente muy monocorde, con gran volumen, pero poca comunicación.  Entre los papeles menores, amerita ser citada Rosalía Cid, una Voz del Cielo de timbre muy puro y luminoso, un rayo de luz al final de la escena del Auto de Fe.  Finalmente, estuvo extraordinario el Coro del Teatro alla Scala dirigido con precisión y emoción por Alberto Malazzi.



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