Foto: Craig T. Mathew and Greg Grudt/Mathew Imaging.
Ramón Jacques
Con Così fan tutte llegó a su fin el ciclo de operas Mozart/Daponte que
iniciara hace dos años la Los Angeles Philarmonic. Como en las ediciones
anteriores, los resultados escénicos no se acercaron remotamente a la altura y
al nivel de lo escuchado en la parte musical y vocal, y ello hace a uno preguntarse
si en realidad era necesario el excesivo dispendio en producciones que poco
aportaron a la trama de cada uno de los títulos, ya no digamos al espectáculo
visual. Parecería que no se previó ni se entendió que el Walt Disney Hall no es
un teatro apto para hacer montajes escénicos, y versiones en concierto de las
operas, no solo le hubieran ahorrado horas de disgusto y aburrimiento al
público, si no que hubieran bastado para hacerle justicia a estas tres obras
maestras. Eso sí, de las versiones anteriores quedarán grabadas en la memoria
las sobresalientes interpretaciones de Mariusz Kwicien como Don Giovanni, la
exuberante y brillante Donna Anna de Carmela Remigio o la apasionante Condesa
de Dorothea Röschmann, así
como las buenas ejecuciones musicales de la propia orquesta. Una vez más el
encargado del montaje fue encomendado a Christopher
Alden, reconocido e ingenioso director de teatro estadounidense, que
requería de un teatro no de una sala de conciertos para trabajar y que recurrió
nuevamente a letárgicos movimientos lentos o circulares sin ningún sentido para
los cantantes, quienes por momentos, estáticos cantaban de frente al público,
por ello la insistencia de una versión en concierto, como tampoco se entendió
la poca interacción entre los personajes que en ocasiones cantaban situados en
diferentes partes del escenario.
Don Alfonso y Despina, vestidos en negro
representaron la maldad, y se arrastraron por la escena lentamente o realizaron
vulgares e innecesarios gestos Los demás solistas vistieron colores claros en
ropas primaverales, muy fashion,
diseñadas por el conocido Hussein
Chalayan. La futurista escenografía consistió en una estructura blanca
circular colocada al fondo del escenario, y cuya parte superior se movía hacia
arriba y hacia abajo, como si se tratara de las dunas de un desierto por el
cual caminaban los cantantes. Este
concepto fue creado por la firma Zaha Hadid Architects. La idea que nació desde
el primer título, fue de combinar la moda con la arquitectura y el teatro, situación
que pareció no funcionar completamente. Vocalmente fue un deleite escuchar la
soprano Miah Persson, una sensible
Fiordiligi que exhibió un colorido timbre y admirable agilidad, transmitiendo y
dando cátedra de canto. La mezzosoprano Roxana
Constantinescu actuó con sensualidad y cantó con una voz profunda y oscura. El joven
tenor Benjamin Bliss, miembro del
programa de cantantes de la LA Opera, sustituyó de último minuto al anunciado Alek
Shrader, y aunque su Ferrando estuvo muy limitado en sus movimientos por
disposición de Alden, dejo constancia de un canto seguro y cálido. Un nombre a
tener en cuenta, ciertamente. Correcto estuvo el barítono Phillipe Sly como Guglielmo, así como el experimentado bajo Rod Gilfry que encarno a un diabólico y
malicioso Don Alfonso. Cautivo la tonalidad cristalina en la voz de la
reconocida soprano Rosemary Joshua,
quien dio vida a una vulgar y rebelde Despina. La orquesta tuvo un notable
desempeño, muy musical y muy homogéneo en cada una de sus secciones. El
entusiasmo explosivo que mostró al inicio de su gestión con esta orquesta Gustavo Dudamel parece haberse
esfumado. Hoy nos encontramos frente a un director más mesurado, cuidadoso y
por momentos algo rutinario y carente de imaginación. Sus tiempos fueron
correctos y el resultado en general fue meritorio, aunque no estuvo exento de
cometer algunos desfases entre los instrumentos y las voces.
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