Foto: Jef Rabillon
Suzanne Daumann
La Flauta Mágica no es una ópera
perfecta. No posee la dramaturgia precisa de Bodas de Fígaro ni la sombría
gracia de Don Giovanni como tampoco Schikaneder es Daponte. Sus personajes no tienen la psicología y vida
de las obras de Mozart y Daponte. Flauta Mágica no es una ópera perfecta, es
algo mucho más que eso: es universal. Es una ópera de magia y para que la magia
funcione es esencial dejar el cinismo y materialismo y todos iphones de nuestro
post moderno espíritu. Solo se requiere seguir a los tres niños, y de su boca
sale la verdad. Este es el espíritu de
la producción del 2006 de la Ópera de Angers Nantes, repuesta este año. Sus
autores son Patrice Caurier y Moshe Leiser, directores de escena y el director
musical Mark Shanahan con escenografía de Christian Fenouillat y escenografías
de Agostino Cavalca, quienes han llevado la obra hacia su mágica simplicidad,
con la ayuda de palomas, algunos gorilas, un oso polar y un rinoceronte. Esta flauta estuvo llena de humor, que lo
toma muy serio. El ambiente estuvo desde
la obertura y Mark Shanahan condujo a la Orchestra des Pays de la Loire con
ligera y aérea solemnidad. Algunos tiempos lentos permitieron que las palabras
se desenvolvieran con profundo sentido.
La orquesta acompañó a los cantantes con sensibilidad, sonando como un
grupo de cámara bien entonado. La escena
fue simple y de fácil lectura, el escenario estaba vacío, algunos elementos y
los vestuarios son lo suficiente para explicar que los cantantes y lo que la
orquesta querían decir. Pamina y Tamino
vistieron de blanco y azul, la Reina de la noche en rojo y Papageno en
amarillo, y Sarastro y el resto vistieron en gris. Elmar Gilbertsson sobresaliente tenor islandes que fue tamino con voz
oscura buena apariencia y movimientos fue la perfecta encarnación del príncipe
enamorado y el caballero valiente. Papageno fue interpretado con irresistible
encanto y humor por el baritono Ruben Drole de calido y aterciopelado
timbre. Marie Arnet fue una agraciada
princesa Pamina. Inocente y plateado timbre la hizo conmover y convencer. La
reina de la noche fue la soprano Olga Pudova quien encarnó el papel con
autoridad y seducción. Sarastro fue el bajo James Cresswell, que fue una pena
que caminara con tacones para verse más alto, en vez de darle autoridad pareció
precario. Así, esta simplificada versión nos permitió entrar libremente en un
mundo mágico.
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