Foto: Javier del Real / Teatro Real de Madrid
Carlos Rosas
Pasa el tiempo y poco a poco se va esfumando la presencia
y el legado de Gerard Mortier al frente de este teatro, cuyo público disgustado
con sus experimentos escénicos –algún sector manifestó su inconformidad en esta
función- parece sentir que se avecinan cambios con la presencia de Joan
Matabosch a la cabeza. Estos Cuentos de Hoffman, fueron en realidad su último
proyecto, y por ello le fue encomendado al director Christoph Marthaler, con diseños de Anna Viebrock, en una
única escena donde trascurrió la trama. El lugar donde se situó la acción fue
el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la entidad cultural privada fundada en
1880 y ubicado en la calle de Alcalá, lugar donde que al parecer le gustaba
frecuentar al propio Mortier y donde se gestó la idea para crear las
escenografías de esta producción. En la cargada y sombría escena, coproducida
con la Opera de Stuttgart, y en una época actual, se realizan los sueños de Hoffman
en el café con sus estatuas y esculturas, la sala de billar y en la sala de
dibujo del emblemático edificio, aunque
en escena, el personaje principal se asemejó más a un enfermo mental que a un
iluso idealista y romántico. Los cargados movimientos de los personajes
carecieron de imaginación y la puesta con sus toques surrealistas resultó confusa,
pretenciosa incluso asfixiante para el público. Como diría el propio Mortier,
solo apta para “intelectuales”. En el
foso la orquesta tuvo un desempeño más que satisfactorio, salvo algunos
problemas de coordinación en las entradas de las voces y alguno que otro tiempo
anquilosado y lento, atribuible a la ajustada batuta del director francés Sylvain Cambreling. El coro también
tuvo su aporte aun en situaciones y posiciones incomodas. En suma una función
en la que la parte musical superó a la escénica. El papel de Hoffman fue interpretado de manera
discreta por el tenor estadounidense Eric
Cutler, poseedor de una voz cálida, algo ligera y con una emisión gutural
que incidió en la claridad de su canto y su pronunciación. Un tenor que cumplió
a secas con el papel al que tampoco fue capaz de sobreponer vocalmente las
carencias de actuación que le fueron impuestas a su personaje. En su doble caracterización
de Niklausse y la musa, la legendaria mezzosoprano Anne Sofie von Otter, aquí caracterizada como una vagabunda ebria, sacó
a relucir su amplia experiencia en una difícil escena, y exhibió una voz
caudalosa, sonora con grata tonalidad oscura, con la que fue la más reconocida
por el público. Vito Priante interpretó
a los villanos con rigidez y poca presencia, no fue lo demasiado diabólico que
se requeria, y en términos generales su canto se notó seco y opaco. La soprano Measha Brueggergosman
personificó los papeles de Antonia y
Giulietta, resultando más creíble en el primero por el sentimiento y emoción con
el que lo cantó, pero paso desapercibida en el segundo por la emisión tenue y
poca sensualidad que mostró. Por su parte, Ana
Durlovski mostró virtuosismo y agilidad en su ejecución del papel de
Olympia, al que le aportó una dosis de gracia. Cumplió el resto de los
cantantes del elenco en los papeles menores, con una mención para el
experimentado bajo Jean-Philippe Lafont
de enorme y solida voz como Luther y Crespel.
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