© Teatro del Bicentenario - Fotografía: Arturo Lavín.
Con un escenario abierto y una
Violetta desolada que caminaba lentamente en la oscuridad sobre una plataforma
cubierta de flores, en los momentos previos a su muerte, en una estampa
visualmente muy estética, fue con lo que se encontró el publico al ingresar al
patio de butacas del Teatro del Bicentenario, para presenciar La Traviata, primera producción de la
temporada 2014 en este recinto. El moderno y funcional teatro que fue inaugurado apenas el 7 de
diciembre del 2010 en la ciudad de León - ubicada a 400kms al noroeste de la
Ciudad de México- ha podido consolidar en tan poco tiempo, una atractiva
temporada de ópera comenzando con los títulos más representativos del
repertorio, incluso aventurándose a ofrecer otros no tan conocidos como Orfeo y
Eurídice de Gluck, que será escenificado hacia finales de este año con una
orquesta de instrumentos antiguos como conmemoración del 300 aniversario de
nacimiento del compositor alemán. La
nueva producción escénica concebida para esta ocasión por Fernando Feres fue minimalista, utilizando elementos esenciales
sobre la escena, y sobre plataformas movibles que permitían pasar de una escena
a otra sin romper la continuidad en la escena y con paneles que reducían la
escena a pequeños cuadros dentro de los cuales se desarrollaba la escena y que
hacían resaltar el dramatismo de algunas escenas, un cierto toque filmográfico
de acercamientos. Pero en términos generales la obra transcurrió en espacios
abiertos que permitían el libre movimiento de los artistas, coro, danzantes,
gitanas, matadores en escena. Este marco
se combinó con la dirección escénica de Marco
Antonio Solís, a su vez el encargado de iluminación, quien por su origen de
bailarín y coreógrafo apostó por una escena dinámica, gestualidad, dramatismo y
movimientos y coreografías, en el primero y el tercer acto donde coincidían
todos los artistas y bailarines sobre el escenario. Los vestuarios concebidos por Adriana Ruiz, causaron un poco de
confusión respecto al tiempo en el que se ubicaba la trama en esta producción,
quizás podría entenderse que su idea de mezclar vestuarios modernos con
vestuarios antiguos y el uso de mascaras, sería la de mostrar que una ópera
como esta no está limitada a un tiempo o lugar especifico.
Enfocándonos en los
puntos vocales de la producción, el papel principal se benefició de la
presencia de la soprano georgiana Sophie
Gordelazde, joven y radiante Violetta quien fue desarrollando el personaje
con convicción hasta llegar a convertirse en una sufrida y enferma mujer. Su
desempeño vocal fue meritorio ya que mostró claridad, agilidad y
particularmente una grata musicalidad en su timbre. El tenor Jesús
León fue un satisfactorio Alfredo, seguro en su actuación y de buenas cualidades
en su canto, exhibiendo un timbre cálido y una emisión uniforme. Notables
fueron los duetos con la soprano como en “Parigi,
O cara” donde se notó sintonía y acoplamiento entre ambas voces. El bajo
Guillermo Ruiz aportó una voz profunda y potente al papel de Giorgio Germont, sus arias fueron bien
cantadas, pero actoralmente se notó pasivo y un poco distanciado de los otros
protagonistas. Correctos estuvieron el resto de los solistas en sus
intervenciones, con mención para el bajo Charles
Oppenheim y para las sopranos Alejandra
Sandoval y Gabriela Morales
Escalante por dar notoriedad a los papeles del Marqués de Obigny, Flora y
Annina respectivamente. Buen trabajo el realizado por el coro del teatro,
conformado en su mayoría por cantantes locales y que bajo la dirección de José Antonio Espinal va adquiriendo su
propia identidad. El maestro Arthur
Fagen dirigió con su experiencia aportando emoción e intensidad la Orquesta
del Teatro de Bicentenario que le respondió con óptimos resultados. El
siguiente titulo en la agenda será Tosca el próximo mes de agosto, con un buen
elenco que será dirigido por el maestro italiano Marco Boemi. RJ
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