Fotos: Robert Millard
De no ser por el interés
que tiene Placido Domingo por incorporar nuevos personajes a su extenso
repertorio obras como Thaïs difícilmente se habrían escenificado en este
teatro, ya que si bien la obra contiene algunos interesantes pasajes vocales y
musicales, como la conocida meditación, no
contiene una trama solida o convincente ni un desarrollo dramático en sus
personajes que la hacen ser una ópera poco representada. Sobre el escenario se vio la producción de Johan
Engeles, proveniente de la Ópera de Finlandia, que es confusa porque
mezcla el realismo con surrealismo, al más puro estilo del Regietheater, ya que la acción se situó dentro de un teatro en el
que los monjes vestidos de frac y corbatas negras, que no son religiosos sino
pervertidos voyeristas, observan la acción desde los palcos; el segundo acto se
realiza en la opulenta y pequeña habitación de Thais, y el tercero en un
destruido teatro sobre una plataforma circular en el centro del escenario con
los rodeado de ruinas y dunas del desierto que representaban los senos de
mujer. Lo que se vio en escena estrictamente desde el punto de vista visual fue
atractivo, pero en términos teatrales aporta poco en lo teatral o a la historia
misma. Los vestuarios bien elaborados y
modernos, como el vestido con alas de Thais,
sugerían que la acción se situaba en una época actual, contrastaban con la
vestimenta de mendigo del personaje de Athanaël, en el que al final fue el centro de la atención durante
la obra donde todo giro en torno a él, en una dirección escénica poco
convincente de Nicola Raab, quien no supo resolver lo poco que ofrecen
los personajes, y que a su vez cargo la escena con muchos movimientos sin
sentido y exagerado dramatismo.
Domingo,
personificó de manera correcta el personaje 139 de su carrera, que como es
habitual vivió y se metió en la piel del atormentado y afligido Athanaël,
aunque tanto sufrimiento y obsesión de su parte, imputables a la dirección
escénica, llegaron a ser francamente monótonos y fastidiosos. Vocalmente sacó
provecho a las posibilidades vocales que le ofrece la partitura y lo hizo con
intensidad y buen fraseo, pero la emisión de su voz, ligera por momentos, se
diluía frente a la masa orquestal. Nino
Machaidze tuvo un correcto
desempeño como Thais, desplegando fuerza en su emisión, buen color y facilidad
para emitir notas agudas, pero poca claridad debido a una cuestionable dicción
francesa. El tenor Paul Groves asumió de manera notable el breve papel de Nicias con
un timbre grato y cálido, aunque un artista de su nivel merecería un papel que
francamente no sea un desperdicio de su talento. Del resto de los papeles
menores, que cumplieron satisfactoriamente como también lo hizo el coro, agradó
la sensualidad y el canto oscuro de la mezzosoprano Milena Kitic en el breve
papel de Albine. El maestro francés Patrick Fournillier, quien mostro afinidad con este repertorio, que dirige frecuentemente,
guió con seguridad y buen pulso a una orquesta que le respondió en todo momento
con cohesión y delineando los ritmos más exóticos y musicales de la partitura. Una
mención merece el concertino de la orquesta Roberto Cani, por su
conmovedora ejecución de la “meditación” RJ
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