Fotos cortesía del Auditorio Nacional, fotógrafo Fernando Aceves
José
Noé Mercado
La usual producción de la ópera Turandot de Giacomo Puccini que en
numerosas ocasiones se ha presentado en México, entre ellas en el Teatro del
Palacio de Bellas Artes, en junio de 2005 y abril de 2013, así como en
Monterrey, Nuevo León, en 2012, nuevamente subió al escenario, en esta ocasión el
del Auditorio Nacional de la ciudad de México, con dos funciones realizadas los
pasados 9 y 11 de mayo.
Los créditos de este montaje, que enmarca
la legendaria historia de la princesa china que a través de sus enigmas enviaba
al verdugo a los príncipes que aspiraban conquistarla, se han mantenido en
todos los casos, y parten del diseño de escenografía y vestuario de David Antón
y la dirección escénica de Luis Miguel Lombana, quienes sólo tuvieron necesidad
de adaptar sus respectivos trabajos a las dimensiones más amplias del recinto
del Paseo de la Reforma.
Se trata, como ya se ha apuntado una y otra
vez, de una producción hilvanada con detalle, que busca los cuadros plásticos
en su trazo, en su vistosidad pretendidamente exótica oriental, sobre todo en los
pasajes masivos, que en esta ocasión parecieron más interesantes en las dos
pantallas gigantes ubicadas en los costados del escenario.
Lo novedoso de este par de funciones, tanto
como de las reposiciones anteriores en otras plazas, se centra pues en el
reparto y su armado, que tuvo que echar mano de la sonorización del ingeniero
Humberto Terán, considerando, de nuevo, las dimensiones del recinto y sus
características de auditorio de usos múltiples, no específicamente diseñado
para la presentación de ópera a la manera ortodoxa.
La figura de la velada, en la función de
estreno y de hecho quizás la más destacada importación femenina de la Ópera de
Bellas Artes en años recientes, fue la soprano Tiziana Caruso, al ofrecer una
contundente interpretación de la princesa de hielo, gracias a una voz de
emisión firme y uniforme en sus diversos registros, con destellos de brillante
potencia que en ningún momento sacrificaron la musicalidad, la dicción y la
necesaria fuerza y belleza expresiva para hacer creíble a su personaje.
Al margen de las reservas que deberían
tomarse para emitir una opinión cuando el canto es sonorizado y hasta cierto
punto producto de la alquimia sonora electrónica y digital, podría apuntarse
que el tenor Rubens Pelizzari no estuvo a la misma altura vocal de Caruso.
Más interesado en proyectar una imagen
cuidada de sí mismo, posada, con reservas pero vanidosa, el desempeño vocal de
Pelizzari se fue opacando con el transcurso de la función. Una voz de timbre
agradable, cuya emisión en los pasajes agudos pareciera adelgazarse y fugarse
hacia atrás. Sin afrontar los agudos opcionales, sin generosidad ni riesgo. Con
un “Nussun dorma” que apenas recibió pálidos aplausos del público que no
alcanzó siquiera para ocupar la mitad del recinto.
La soprano Olivia Gorra interpretó una Liù
que procuró los matices tanto del canto como de la voz. Si bien su emisión
genera un vibrato ligeramente pronunciado y los filados ya no resultan del todo
límpidos como otrora ostentó Gorra, logró resolver su papel con la misma
seguridad con la que el bajo Rosendo Flores sigue abordando a Timur a través de
los años. En ese sentido, apenas si requiere ser caracterizado en un rol que en
México durante décadas casi siempre ha sido suyo.
Ping (Josué Cerón), Pang (Ángel Ruz) y Pong
(Víctor Hernández) aunque en lo individual contaron con buenas voces, fueron
cantados de manera un tanto irregular si las tres máscaras se consideran como
personaje, con más entusiasmo y enjundia que con armonía o profundidad en su
sentimiento nostálgico puesto en escena y en voz.
La Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas
Artes (preparado esta ocasión por John Daly Goodwin), así como la Schola
Cantorum de México, estuvieron bajo la batuta de Srba Dinic. Los conjuntos se
percibieron familiarizados con la obra, pero la imagen sonora conseguida por el
concertador resultó algo neutra, sin que a través del equipo de sonido se
escuchara el colorido rico y exótico buscado por el último Puccini.
El regreso de la OBA al Auditorio Nacional
fue considerado por su titular, el también tenor Ramón Vargas, como “un
experimento para medir fuerzas”. La venta de boletos, la asistencia de los
aficionados, los recursos invertidos como contrapunto de lo logrado en lo
artístico, aspectos que resulta deseable se hagan públicos para su difusión,
señalarán de qué fue capaz esa fuerza, o debilidad, trasladada al coloso de
Reforma, que haiga sido como haiga sido durante el mes de julio retomará La bohème, también de Giacomo Puccini,
en dos funciones, ya que la tercera contemplada originalmente ha sido cancelada.
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