Foto: Santiago Bouzas
Luis. G Baietti
Es redundante a esta altura de los acontecimientos decir que la obra
maestra de Rossini es una de las cumbres del teatro Lírico, y una de las
favoritas del público. Prueba de ello es que a pesar de que en los últimos
tiempos se ha abusado de la frecuencia con que se la representa, en relación
con otras obras valiosas del repertorio que permanecen olvidadas, el Barbero
rara vez falla en producir un lleno total como el que ostentaba hoy Sala del
Teatro Solís y nunca deja de cautivar al público con su incomparable belleza
sonora. En esta oportunidad tuvo una muy buena versión musical, comenzando por
la excelente dirección de Ligia Amadio.
La excelente (y bonita) directora brasileña se ha ganado con justicia el afecto
y el respeto del público uruguayo por su labor al frente de la Filarmónica,
ratificando aquí que posee esa virtud rara en los directores que frecuentan
primordialmente el repertorio sinfónico de comprender a la perfección cual es
el papel del director y de la orquesta en una representación operística. Amadío
da apoyo a los cantantes, está siempre atenta a lo que ocurre en escena y
además tiene la virtud de tornar más fáciles escollos que se les presentan a
los solistas como en este difícil Barbero, donde muchas veces sus tiempos
amables facilitaron la labor de algún cantante muy exigido por la difícil
ornamentación de Rossini. Triunfo vocal absoluto de Jaquelina Livieri que impacto en los dos extremos de la partitura
luciendo un registro agudo de impacto, pero sin ir en desmedro de las notas
graves de la partitura. Por una vez tuvimos una soprano que nos permitió
disfrutar de las variaciones agudas de los finales de aria sin añorar los
graves de las mezzos. Jacqueline fue además la única de todo el elenco que
consiguió entrar en el juego de la puesta y divertirse con ella. Homero Velho lució una voz importante
de barítono con un impactante registro agudo y una coloratura correcta sin
destacar. Aníbal Mancini sacó a buen
puerto su conde de Almaviva, en base a un esplendoroso registro agudo y una
buena técnica de coloratura. Remató su actuación, ayudado por Amadio, cantando
la difícil aria y caballetta finales Cessa
di piu resistere que muchos tenores esquivan cantar. Enrique Gibert estaba con una fuerte faringitis que hizo temer que
tuviera que cancelar la función (y no sé si el Solís tenía un cover a la altura).
A puro oficio teatral y técnica vocal sacó adelante la función sin que se
notara su indisposición más que por su resistencia a cantar a viva voz como si
estuviera marcando. Mariella Nocetti
estuvo estupenda en el aria de Bertha y Enzo
Romano lució como Don Basilio una voz importante a la cual le falta aún
trabajar ambos extremos del registro que suenan menos potentes (graves) o que
lo llevan a simplificar algunos pasajes para evadir agudos comprometedores. Fabian Milkewitz fue un excelente
Fiorello cantado con una bella voz de barítono agudo y buena desenvoltura
escénica y Iaron Brehar fue un
logrado Oficial de la Guardia. A mí no me gustó para nada la puesta en escena.
No voy a discutir el talento del director y su ingenio para crear los dibujos
animados que son los verdaderos protagonistas de la escena, coordinando muy
inteligentemente los movimientos con los de los cantantes. Pero e mi modo de
ver trabajó contra el texto de Rossini y se esfumó la gracia y el romanticismo
de la obra. Nunca vi a un público que en una función del Barbero se riera tan
poco con la obra (Las pocas risas que se oyeron fueron en general originadas
por los dibujos aminados independientemente de la acción, como los buitres que
esperan cubiertos en mano que Bertha termine el aria y se saque el gusto de
crepar, o por actitudes o apariencias ridículas de los personajes. Lo peor fue la decisión de simular que todos
los papeles son interpretados por Rossini, exigiendo entonces a todos los
cantantes que deformen sus cuerpos para exhibir la gordura y el voluminoso
abdomen de Rossini, Con esto fue imposible vivir la comedia romántica que en el
fondo es el Barbero.
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