Fotos: Corey Weaver / San Francisco Opera
Ramón Jacques
En
su larga tradición escenificando operas belcantistas, Roberto Devereux fue vista en una sola ocasión en el escenario de
la Ópera de San Francisco,
ello ocurrió en la temporada de 1979 con un elenco que incluyó a destacados
intérpretes como: Montserrat Caballé, Juan Pons y a Carlo Bini. Casi 40 años después
fue el título elegido para inaugurar esta nueva temporada del teatro, lo que
podría considerarse una rareza para la mayoría del público presente, en una
función que en términos generales fue poco convincente y por debajo de las
expectativas de lo que suele verse aquí en una producción inaugural. Toda la
acción transcurrió dentro de una réplica del “Globo” el teatro londinense de
Shakespeare, concebida por el diseñador belga Benoît Dugardyn, que fue atractiva en su concepto, pero reducida en
espacio para los solistas; y en donde los vestuarios de Ingeborg Bernerth resaltaron por su colorido y elegancia. No se
puede hablar de una idea clara de dirección escénica por parte de Stephen Lawless, por la poca
interacción y cercanía que hubo entre los personajes que por momentos lucieron
estáticos y acartonados. Por su parte, el coro que se mostró como una agrupación
homogénea, se ubicó durante sus intervenciones en los diversos niveles de
palcos del pequeño teatro. La soprano Sondra
Radvanovsky, tuvo un buen desempeño como Elisabetta exhibiendo seguridad escénica,
agilidad en las coloraturas y un grato y penetrante timbre, aunque su color y
brío se fue diluyendo en algunos pasajes restándole dramatismo y emotividad a
sus arias. El tenor Russell Thomas
es sin dudas un sobresaliente tenor de indiscutibles cualidades, y aunque mucho
se ha insistido en programarlo como tenor en óperas de Mozart y del bel canto,
el grosor y cuerpo de su voz sugieren que su afinidad es con otro tipo de
repertorio y papeles. La mezzosoprano Jamie
Barton dio vivacidad al papel de Sara, cantando con voz dúctil y bien
matizada. Discreto y algo inseguro estuvo el barítono Andrew Manea como el Duque de Notthingham, así como el resto de los
solistas. La dirección musical de Riccardo
Frizza poco aportó al espectáculo, ya que careció de brillo y sutileza, muy
rápida y precipitada en los tiempos, causando desfases en las entradas e
innecesaria fuerza con la que cubrió a las voces.
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