Foto: Liza Voll
Lloyd Schwartz
“La ópera de los tres centavos” que fue la sensación en
la temporada teatral berlinesa de 1928, sirvió para consolidar las carreras del
compositor Kurt Weill y del poeta Bertolt Brecht. Este irresistible, musical y
amargamente satírico drama musical fue una actualización de Beggar’s Opera de
John Gay compuesta de 1727. La nueva producción de la Boston Lyric Opera tuvo
un elenco sólido, y el montaje fue del director angelino James Darrah. Todo comenzó favorablemente, en una inquietante y
nebulosa escena con misteriosas figuras como estatuas. El cantante callejero,
el barítono Daniel Belcher, caminaba
en círculos cantando el famoso “Moritat” sobre los crímenes de Mack the Knife,
Gran parte del canto fue bueno, especialmente el de Kelly Kaduce, quien se veía atrapada en la concepción de Darrah, cuya
Polly aquí no se vio tan ingenua e inocente. Los diálogos hablados afearon su
voz con un irreconocible y rancio acento de clase baja. La soprano Chelsea Basler tuvo igual que Kaduce,
una mano pesada como Lucy, y Daniel
Belcher exageró su excesivo apego por Macheath, en el papel de Tiger Brown.
La ópera se desarrolla con una característica
combinación de maldad y sentimiento, pero el griterío, los chillidos, las
carcajadas, y la innecesaria bufonería no fueron alegres o divertidas si no que
resultaron ser fastidiosas. Solo los barítonos Christopher Burchett y James
Maddalena no cayeron en la incesante exageración. Maddalena fue Peachum, que
sin humor y gris moralina sobresalió. Burchett
mostró una resonante voz que se fue disminuyendo. Macheath es el centro de la atención,
y requiere destilar carisma, sexualidad y peligro, pero en vez de atraer atención
Burchett resultó indescifrable y sin química con Polly, Lucy o Jenny, la
prostituta que no puede dejar, aunque arriesgue vida (que fue cantado por la
mezzosoprano Renée Tatum de enorme
voz). Una continua debilidad de la producción fue la parte musical. Fue grato identificar
todos los instrumentos que Weill requiere – saxofones, banyo, guitarra hawaiana,
acordeón, piano y teclado electrónico, sustituyendo al armonio- Weill prescindió
de violines; pero el director David
Angus nunca se comprometió completamente al vasto espectro de los estilos
musicales de Weill, y si bien todo transcurrió con normalidad, los sonidos
fueron básicamente planos. Aunque la escena
se sitúa en Londres, alrededor del periodo de la coronación de la reina Victoria,
las abstractas y oscuras escenografías de Julia
Noulin-Mérat y los vestuarios de Charles Neumann, no tuvieron identificación
con un cierto lugar o tiempo, lo que fue una oportunidad perdida. En esta función
fue difícil escuchar las palabras, porque la pequeña orquesta ahogaba a los
cantantes y por la mala dicción en el intento de cantar en inglés. El director
de escena quería que él publicó se concentrara en lo que sucedía en la escena,
y no quiso distraer con ‘super títulos’ Me alegro de que la compañía no haya amplificado
las voces, pero ¿Qué sentido tiene concentrase en la escena cuando es imposible
entender lo que se dice? Muy poco en esta revolucionaria obra logró causar
impacto.
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