Fotos: Cory Weaver
Ramón Jacques
Esta fue la
primera representación de Ariodante de Handel en la Ópera
Lírica de Chicago. Por un lado, es encomiable que los teatros busquen ampliar su
repertorio incorporando obras desconocidas por su público, pero, por otro lado,
es cuestionable que la programación este dictada por las producciones escénicas
disponibles, que por el valor musical y vocal de la obra misma. Con el montaje
del director escénico Richard Jones con escenografías del diseñador ULTZ,
una coproducción realizada entre Chicago y el festival francés de Aix-en-Provence,
parece que este teatro busca subirse inecesariamente al tren de las
producciones de ‘vanguardia’ o ‘populares’ en Europa, en contra de su esencia de ofrecer producciones opulentas y tradicionales. Aquí la obra se situó en Escocia en los años
60, y toda la acción se desarrolló dentro de una cabaña con varias habitaciones, vestuarios
poco atractivos y burdos en su diseño, personajes representados también por
marionetas, o por citar un ejemplo; ver a Polinesio como un pervertido cura con tatuajes
y jeans bajo la sotana, forma parte de en una innumerable lista de situaciones sin coherencia,
invasivas, y provocativas en las que era difícil establecer un vínculo con la
historia. Francamente una puesta escénica para el olvido. Afortunadamente, Handel
sobresale ante todo por la vivacidad de su música y sus arias, y esa es la
impronta que permaneció en la memoria del que asistió al espectáculo. Una baja
sensible fue la cancelación por enfermedad de la mezzosoprano Alice Coote
en el papel estelar, y aunque su remplazante Julie Miller sacó adelante
la función, su desempeño actoral y vocal estuvo en línea con la palidez y la frialdad
del escenario. La soprano Brenda Rae se ganó la función regalando una
sensible Ginevra de encomiable agilidad vocal, segura en los agudos y la proyección,
y por su grata musicalidad. El contratenor Iestyn Davies, sobreactuó a Polinessio, porque la dirección así lo requería, y aunque no posee un color agraciado
en su timbre, su rodaje en este repertorio fue evidente. Heidi Stober fue
una correcta Dalinda, cantada de manera ligera y sutil, pero por momentos carente de proyección.
Sorprendió el tenor, Eric Ferring como Lucarnio, por la osadía y la soltura con la que cantó, poco común en un artista del estudio, y en un personaje secundario. Kyle
Ketelsen, normalmente una figura descollante cada vez que canta, aquí como el Rey
de Escocia se notó disminuido en apariencia y en canto.Lo mejor se originó
en foso, de la mano de Harry Bicket que dirigió con claridad y brío, a
una orquesta reforzada con: clavecín, tiorba; que emitió un sonido sonido limpio
firme y vertiginoso.
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