Foto: David Harting
Ramón Jacques
La Messa
di Gloria o Messa a quattro voci
de Giacomo Puccini es la obra menos conocida de uno de los compositores
musicales más famosos. La pieza ha sido relegada a salas de conciertos y cuando
es interpretada, en las pocas ocasiones que se hace, son las orquestas
sinfónicas las que se encargan de ello. Un recuento rápido de presentaciones en
el periodo desde mitad del 2018 a la fecha muestra que la obra se escuchó el
verano pasado en el Festival Pucciniano de Torre del Lago, Italia; a inicios de
este año en Londres con la London Symphony Orchestra dirigida por Antonio
Pappano; y ahora por la Sinfónica de San Diego, que, a pesar de ser una
agrupación de más de cien años de existencia, apenas la estrenó en esta
ocasión, lo que debe considerarse como un loable acierto. Varias son las versiones del porque no es una
obra popular; algunas indican que fue una obra escrita por un joven y poco
experimentado Puccini; que la partitura permaneció perdida por más de 70 años
hasta que su manuscrito fue descubierto por casualidad en Lucca en 1951. Lo
cierto es que escucharla en vivo, enfrenta a uno a una verdadera joya, con
música de una frescura inesperada, ya que se trata de una obra sacra alejada de
la solemnidad habitual, y en cambio ofrece una luminosidad casi solar y buenos
ánimos que alzan el espíritu y agradan. En sus movimientos se reconocen pinceladas
y esbozos de la música que el compositor plasmó en sus obras posteriores. Las partes corales, así como los solos para
los cantantes poseen una indudable cualidad y similitud a la ópera. El
concierto hubiera servido para introducir localmente a uno de los nombres mas
ascendentes en la actualidad lírica, la directora italiana Speranza Scapucci, quien debió cancelar días antes. Su reemplazo
fue el director irlandés Courtney Lewis,
titular de la Sinfónica de Jacksonville, quien demostró ser un sobrio,
mecánico, pero eficaz conductor que sacó adelante la velada. El coro San Diego
Master Chorale, mostro cohesión y fervor en sus intervenciones como en el Kyrie inicial, acompañando a los
solistas, y en el Agnus deis final, que,
para sorpresa propia, el compositor concibió de manera corta y suave, que dejó
una sensación admirablemente conmovedora. La orquesta mostró su fortaleza y
seguridad con la atmosfera que crearon las trompetas y las cuerdas. El elenco, que en la partitura excluye a la
voz femenina, fue encabezados por el tenor Leonardo
Capalbo, quien canto con calidez, grata tonalidad y un lirismo digno de
Rodolfo, como en su solo en Gratias.
El barítono Daniel Okulitch y el
bajo Michael Sumuel estuvieron
correctos. El programa lo redondeó la agradable ejecución de la Sinfonía 88 en sol mayor de Haydn,
ausente de este escenario desde 1980. Finalmente, y después de dos años de
búsqueda, la orquesta designó como nuevo director titular al joven venezolano Rafael Payare quien asumirá sus
funciones a partir de la próxima temporada.
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