Massimo Viazzo
Volvió a la Scala, pero con
otro elenco, el Andrea Chenier que había inaugurado con éxito la temporada
2017-2018 del teatro. El espectáculo
firmado por Mario Martone mostró una
vez más su eficacia dramática con una escenografía respetuosa del libreto y de
los ambientes – el salón de fiestas de castillo de Coigny, la estancia de
Gerard, el tribunal y el patio de la prisión- que destacaban sobre un luctuoso
y atemporal fondo lúgubre negro, heraldo de tristes presagios, y con la
presencia de inquietantes espejos deformantes que subrayaban la vacuidad y la
hipocresía. Ideal lucio la plataforma giratoria diseñada por Margherita Palli, que permitía pasar de
un escenario a otro de manera inmediata y natural, haciendo que la historia
avanzara de modo apremiante. La baqueta confiada a Riccardo Chailly en el 2017,
fue esta vez empuñada por Marco
Armiliato quien concertó apuntando hacia la teatralidad del paso orquestal sin particulares retoques
ni sutilezas cromáticas, por el contrario, matizado en ocasiones una cierta
pesadez con una dinámica que tendía hacia el forte y el fortissimo. El esperado
Chenier de Jonas Kauffmann
desilusionó en parte las expectativas. Para entender mejor, el artista es
notable desde el punto de vista actoral como vocal, y con una presencia potente
en escena que se hizo apreciar por la pericia de los movimientos escénicos y
por la verdad interpretativa que salía de un personaje siempre vivido en su
entusiasta exaltación. Su línea de canto se benefició de un fraseo siempre
acertado y muy móvil: cada palabra, cada frase sonaba casi nueva ante ciertas
interpretaciones que se centraban sobre todo en un acento más estentóreo. Pero
el tenor alemán se mostró un tanto cauteloso en algunos momentos por lo que al
final a su canto le faltó esa electricidad que sabe inflamar al público. Algo
que en cambio sí estuvo presente en gran nivel en el canto de Amartuvshin Enkhbat, un Gerard
suntuoso, viril, de voz de acero sólidamente proyectada y un acento
comunicativo. Su «Nemico della patria» fue justamente aclamado con una ovación
de varios minutos, aplausos del público a escena abierta, que abarrotó la sala
de Piermarini en el momento más emocionante de la velada. Sonya Yoncheva en el papel de Maddalena convenció sobre todo por su
capacidad para delinear un personaje que de ser puro y frágil a su ingreso al
escenario evolucionó hacia la madurez y la determinación al final de la obra.
Agradó su canto apasionado y exuberante, si bien en el registro agudo cuando
fue requerido se notaba cierto esfuerzo en mantener la redondez de la emisión.
Óptimos estuvieron los personajes de acompañamiento comenzando con Carlo Bosi,un maestro del canto sul fiato, que personificó un
increíble astuto y malicioso. Francesca
di Sauro fue una desenvuelta Bersi, muy bien cantada y de timbre muy
agradable, Elena Zilio fue una
Madelon emocionada y emocionante, y Giulio
Mastrototaro fue un Mathieu extrovertido y sonoro. El Corpo di Ballo y el Coro del Teatro alla
Scala estuvieron perfectamente a sus anchas al interno del espectáculo.
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