Joel Poblete Morales
El rapto en el serrallo, de Mozart, en Frutillar (Chile) - La ópera llegó al Teatro del Lago
El espectacular Teatro del Lago, ubicado en Frutillar, hermosa localidad a orillas del incomparable marco natural que ofrece el lago Llanquihue, en el sur de Chile y a 1000 kilómetros de la capital Santiago, es un verdadero lujo. Aunque en los años anteriores se habían ido abriendo al público distintos espacios, fue en noviembre pasado, tras años de trabajos, cuando se realizó finalmente la inauguración del Espacio Tronador Sala Nestlé, la principal sala del recinto. Y desde esa oportunidad las mayores expectativas se habían ido formando con la primera ópera que se presentaría en el lugar, que como debía ser tratándose de una zona desarrollada gracias a los colonos germanos que llegaron el siglo XIX, fue una clásica pieza del repertorio lírico en alemán: El rapto en el serrallo, de Mozart. Las dos funciones con las cuales el teatro pasó a convertirse en el escenario de ópera más austral del mundo se realizaron a mediados de enero, en plena época de auge turístico veraniego, ante un público muy entusiasta; y en términos artísticos, se trató de un espectáculo de primer nivel, que perfectamente podría haber sido presentado en un escenario europeo. De partida, la sala, con capacidad para 1200 personas, es una maravilla. Amplia, moderna, cómoda y con una excelente acústica, fue el marco ideal para una encantadora e ingeniosa producción de este clásico mozartiano. En vez de invitar a una orquesta de Santiago, los organizadores de la temporada del teatro tuvieron la valiosa idea de apostar por una agrupación de la zona, que sólo tiene menos de 10 meses de existencia pero ya está demostrando sólidos avances: la Orquesta de Cámara de Valdivia, que dirige Cristóbal Urrutia del Río, y en estas funciones líricas estuvieron a cargo de Pedro Pablo Prudencio, quien además contó con el Coro de Cámara de la Universidad Católica de Chile, que dirige Mauricio Cortés. A pesar del poco tiempo que llevan tocando, guiados con seguridad y dinamismo por Prudencio, los jóvenes músicos de la orquesta supieron entregar una versión diáfana y refrescante de la delicada partitura mozartiana, mientras en sus intervenciones el coro sonó bien, aunque les faltó algo más de presencia y proyección sonora. Esta producción del director teatral y escenógrafo estadounidense Doug Fitch, originalmente concebida para el Kennedy Center de Washington, consideraba ubicar a la orquesta sobre el escenario, y en vista que el foso del Teatro del Lago aún no estaba listo, en esta ocasión fue una solución ideal, que inteligentemente empleó a los músicos como parte de la escenografía simple y efectiva de Fitch, que en base a pocos elementos sugería las distintas escenas, aprovechando de buena manera el espacio escénico.
La iluminación de Clifton Taylor fue fundamental en la ambientación y en la fluidez de la dinámica y entretenida acción teatral. La puesta en escena supo aprovechar distintos recursos para acercar la trama a un público no especializado: durante la obertura, una pantalla gigante en el costado superior izquierdo del escenario mostró bonitas y simpáticas animaciones que situaban el contexto de la historia y sus protagonistas, y la misma era el medio a través del cual se comunicaba el Pashá Selim, quien recién aparecía verdaderamente en escena al final de la obra. También en la pantalla se mostraban los sobretítulos, que fueron uno de los dos aspectos cuestionados por los críticos y buena parte del público, ya que se optó por no traducir más que sólo algunas partes de los textos cantados y diálogos hablados, en otras optando simplemente por una frase a modo de resumen de lo que se estaba cantando o diciendo. Considerando que en la ópera es ideal la fusión entre la música y la palabra, por mucho que el espíritu general de la pieza se mantuvo vital y efectivo, e incluso considerando que una importante parte del público habla y entiende alemán, se trató de una decisión algo arbitraria, aunque de todos modos debatible; lo que sí definitivamente no encontró adeptos fue el otro aspecto criticado: reemplazar el aria del tenor en el segundo acto… por una popular canción del ya legendario grupo chileno Los Jaivas (¡¿?!), “Mira niñita”, compuesta hace cuatro décadas. Curioso, por decir lo menos. El régisseur tuvo suerte de no sólo contar con excelentes cantantes, sino además eran buenos actores, por lo que todo fue aún más entretenido y convincente. De los cinco solistas (sin contar el sobrio y adecuado desempeño del bajo chileno Sergio Gómez interpretando al Pashá, un rol que habitualmente se encarga a un actor), la más completa y destacada fue la soprano estadounidense Jeanette Vecchione, quien a juzgar por su atractivo físico, simpatía y espontaneidad y el hermoso timbre de voz y la seguridad de su canto que exhibió en su coqueta Blonde, tiene mucho que entregar en una prometedora y ascendente carrera que ya la ha llevado a interpretar la Reina de la Noche en la Opera de Viena.
El espectacular Teatro del Lago, ubicado en Frutillar, hermosa localidad a orillas del incomparable marco natural que ofrece el lago Llanquihue, en el sur de Chile y a 1000 kilómetros de la capital Santiago, es un verdadero lujo. Aunque en los años anteriores se habían ido abriendo al público distintos espacios, fue en noviembre pasado, tras años de trabajos, cuando se realizó finalmente la inauguración del Espacio Tronador Sala Nestlé, la principal sala del recinto. Y desde esa oportunidad las mayores expectativas se habían ido formando con la primera ópera que se presentaría en el lugar, que como debía ser tratándose de una zona desarrollada gracias a los colonos germanos que llegaron el siglo XIX, fue una clásica pieza del repertorio lírico en alemán: El rapto en el serrallo, de Mozart. Las dos funciones con las cuales el teatro pasó a convertirse en el escenario de ópera más austral del mundo se realizaron a mediados de enero, en plena época de auge turístico veraniego, ante un público muy entusiasta; y en términos artísticos, se trató de un espectáculo de primer nivel, que perfectamente podría haber sido presentado en un escenario europeo. De partida, la sala, con capacidad para 1200 personas, es una maravilla. Amplia, moderna, cómoda y con una excelente acústica, fue el marco ideal para una encantadora e ingeniosa producción de este clásico mozartiano. En vez de invitar a una orquesta de Santiago, los organizadores de la temporada del teatro tuvieron la valiosa idea de apostar por una agrupación de la zona, que sólo tiene menos de 10 meses de existencia pero ya está demostrando sólidos avances: la Orquesta de Cámara de Valdivia, que dirige Cristóbal Urrutia del Río, y en estas funciones líricas estuvieron a cargo de Pedro Pablo Prudencio, quien además contó con el Coro de Cámara de la Universidad Católica de Chile, que dirige Mauricio Cortés. A pesar del poco tiempo que llevan tocando, guiados con seguridad y dinamismo por Prudencio, los jóvenes músicos de la orquesta supieron entregar una versión diáfana y refrescante de la delicada partitura mozartiana, mientras en sus intervenciones el coro sonó bien, aunque les faltó algo más de presencia y proyección sonora. Esta producción del director teatral y escenógrafo estadounidense Doug Fitch, originalmente concebida para el Kennedy Center de Washington, consideraba ubicar a la orquesta sobre el escenario, y en vista que el foso del Teatro del Lago aún no estaba listo, en esta ocasión fue una solución ideal, que inteligentemente empleó a los músicos como parte de la escenografía simple y efectiva de Fitch, que en base a pocos elementos sugería las distintas escenas, aprovechando de buena manera el espacio escénico.
La iluminación de Clifton Taylor fue fundamental en la ambientación y en la fluidez de la dinámica y entretenida acción teatral. La puesta en escena supo aprovechar distintos recursos para acercar la trama a un público no especializado: durante la obertura, una pantalla gigante en el costado superior izquierdo del escenario mostró bonitas y simpáticas animaciones que situaban el contexto de la historia y sus protagonistas, y la misma era el medio a través del cual se comunicaba el Pashá Selim, quien recién aparecía verdaderamente en escena al final de la obra. También en la pantalla se mostraban los sobretítulos, que fueron uno de los dos aspectos cuestionados por los críticos y buena parte del público, ya que se optó por no traducir más que sólo algunas partes de los textos cantados y diálogos hablados, en otras optando simplemente por una frase a modo de resumen de lo que se estaba cantando o diciendo. Considerando que en la ópera es ideal la fusión entre la música y la palabra, por mucho que el espíritu general de la pieza se mantuvo vital y efectivo, e incluso considerando que una importante parte del público habla y entiende alemán, se trató de una decisión algo arbitraria, aunque de todos modos debatible; lo que sí definitivamente no encontró adeptos fue el otro aspecto criticado: reemplazar el aria del tenor en el segundo acto… por una popular canción del ya legendario grupo chileno Los Jaivas (¡¿?!), “Mira niñita”, compuesta hace cuatro décadas. Curioso, por decir lo menos. El régisseur tuvo suerte de no sólo contar con excelentes cantantes, sino además eran buenos actores, por lo que todo fue aún más entretenido y convincente. De los cinco solistas (sin contar el sobrio y adecuado desempeño del bajo chileno Sergio Gómez interpretando al Pashá, un rol que habitualmente se encarga a un actor), la más completa y destacada fue la soprano estadounidense Jeanette Vecchione, quien a juzgar por su atractivo físico, simpatía y espontaneidad y el hermoso timbre de voz y la seguridad de su canto que exhibió en su coqueta Blonde, tiene mucho que entregar en una prometedora y ascendente carrera que ya la ha llevado a interpretar la Reina de la Noche en la Opera de Viena.
A su lado, aunque la Konstanze de su compatriota Jennifer Casey Cabot supo sortear con éxito los escollos de la famosa y difícil aria “Martern aller Arten”, en general fue discreta y no se la vio totalmente cómoda y segura. Muy bueno y bien actuado, sin caer en la caricatura, el Osmin del holandés Harry Peeters, mucho más convincente que el Orestes que interpretó el año pasado en la Elektra producida por el Teatro Municipal de Santiago, y también muy sólido y exhibiendo un cuidado material vocal se mostró el tenor británico Nicholas Sales. Y pese a que su voz tiene poco volumen y no es especialmente hermosa, el tenor Peter Gijsbertsen fue un Pedrillo chispeante y encantador. En definitiva, como lo confirmaron los aplausos del público y los elogios de la crítica, un acertado montaje de El rapto en el serrallo que de paso significó un acontecimiento histórico para la lírica en Chile, y además para el ambiente musical sudamericano, al marcar la llegada de la ópera a este importante escenario al que sus encargados han definido como “el teatro internacional en las puertas de la Patagonia chilena”. Por ahora la idea es ir presentando uno o dos títulos dentro de la programación musical de cada año, y es de esperar que este auspicioso debut señale el camino a seguir.
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