Joel Poblete Morales
Un hito verdaderamente inolvidable para la cultura en Chile significó el debut local de la Orquesta y el Coro del legendario Teatro San Carlo de Nápoles, inaugurado en 1737 y considerado el más antiguo escenario lírico aún en activo del mundo. Por distintas razones era una ocasión única e irrepetible: no se trataba de una gira latinoamericana, ya que los 200 artistas que traían ambos conjuntos venían exclusivamente a Chile por la invitación de la Fundación Teatro a Mil (responsables del exitoso festival teatral de enero que durante años se ha convertido en un importante referente cultural chileno) y con el apoyo de Minera Escondida, y se podría llevar el género lírico a otros lugares además de Santiago, la capital del país. En los últimos años las autoridades e instituciones culturales, confirmando que gran parte de los espectáculos de este tipo sólo se realizan en la metrópoli, han comenzado a llevar estos eventos a otras regiones y provincias, para ayudar a descentralizar la cultura. Pero que un coliseo tan emblemático en Europa llevara a sus agrupaciones a estas zonas, fue algo absolutamente único. En especial por el carácter diverso pero complementario de los dos espectáculos ofrecidos por ambos conjuntos, dirigidos por el maestro Maurizio Benini, muy conocido en Chile por sus recordadas presentaciones en el Teatro Municipal de Santiago, y hoy más solicitado que nunca por teatros como el Covent Garden, la Opéra de París y el MET (este año dirigirá el estreno en ese escenario de El conde Ory de Rossini, con un elenco de lujo que también se podrá ver en la transmisión en HD: Juan Diego Flórez, Diana Damrau y Joyce DiDonato). Tres de las seis funciones ofrecidas correspondieron a galas líricas masivas y gratuitas con famosas arias, oberturas y coros de la tradición operística italiana (incluyendo, cómo no, el brindis de La traviata y el Va pensiero de Nabucco, entre otros), contando como solistas con dos ascendentes figuras internacionales, el tenor Massimo Giordano y la soprano Cinzia Forte, en escenarios no tradicionales para este tipo de eventos: las ruinas de Huanchaca (Antofagasta, en el norte del país), la elipse del Parque O’Higgins en Santiago y la Plaza Sotomayor del mítico puerto de Valparaíso. El público convocado abarcó distintas edades y estratos sociales, acudiendo en masa, lo que fue muy valioso, considerando que muchos de ellos jamás había escuchado ese tipo de música en vivo y en directo; y el mismo programa se repitió en una gala, la única con entrada pagada, en el flamante y estupendo Teatro Municipal de Las Condes, inaugurado hace pocos meses. Pero lo que definitivamente convirtió a esta visita del San Carlo a Chile en un hito, fueron las dos funciones restantes, con un montaje de ópera, en este caso la magistral Così fan tutte, de Mozart, en una elogiada producción del prestigioso y ya fallecido director teatral Giorgio Strehler.
En vez de presentar esta puesta en escena en Santiago, la capital, los organizadores optaron por mostrarla exclusivamente en el moderno Teatro Regional del Maule, inaugurado en 2005 y ubicado en la capital de la región, Talca, 257 kilómetros al sur de Santiago, y además una ciudad que fue profundamente afectada por el terremoto de febrero pasado, como aún puede verse al recorrer sus calles, en las que se aprecian antiguas iglesias a medio derrumbar y casas que aún no pueden ser reconstruidas. El Regional del Maule, cómodo y dotado de una sólida acústica, fue el marco preciso para que durante dos memorables veladas el público de la región, completamente gratis, pudiera apreciar directamente no sólo la belleza y encanto de esta obra maestra mozartiana, sino además una excelente, chispeante y sólida versión a cargo de la orquesta dirigida por Benini, atento a equilibrar lo musical con los múltiples detalles teatrales de la recreación de la puesta original de Strehler, y en la que la simpleza de la austera pero hermosa escenografía iba a la par con el atento y dinámico juego escénico. Y en este despliegue sobre las tablas fue clave el notable nivel exhibido por los cantantes, algunos de ellos ya poseedores de una reconocida trayectoria internacional: no tanto el discreto Don Alfonso de Alessandro Spina o la simpática Despina de Marilena Laurenza, sino las dos parejas de amantes, interpretadas por la soprano ucraniana Sofia Soloviy (espléndida Fiordiligi, de especial lucimiento en sus dos arias), el tenor ruso Alexey Kudrya (ganador de Operalia 2009, refinado y sutil Ferrando), Marianna Pizzolato (la aplaudida Italiana en Argel del 2009 en el Municipal de Santiago, ahora divertida y coqueta Dorabella) y Nicola Ulivieri (simpático y sólido Guglielmo). Un espectáculo de este nivel (recientemente elegido por el Círculo de Críticos de Arte de Chile como lo mejor de 2010 en Ópera Internacional), venido de Nápoles a una ciudad que todavía no logra reponerse de los estragos del terremoto, fue en verdad un verdadero milagro artístico, recibido con entusiastas risas y con justicia premiado por sonoros aplausos y ovaciones de pie de de más de 10 minutos por un público emocionado y feliz. La ópera al alcance de todos, y remeciendo más allá de las fronteras y las dificultades. Como debiera ser siempre.
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