Fotos: © Wilfried Hösl
Gustavo Gabriel
Otero
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Múnich
(Alemania), 14/01/2019. Bayerische Staatsoper. Richard Strauss: Arabella. Ópera en tres actos. Libreto
de Hugo von Hofmannsthal. Andreas Dresen, dirección escénica. Mathias
Fischer-Dieskau, escenografía. Sabine Greunig, vestuario. Rainer Karlitschek, dramaturgia.
Michael Bauer, iluminación. Anja Harteros (Arabella), Michael Volle (Mandryka),
Hanna-Elisabeth Müller (Zdenka), Daniel Behle (Matteo), Kurt Rydl (Conde
Waldner), Doris Soffel (Adelaide), Sofia Fomina (La Fiakermilli), Heike
Grötzinger (La adivina), Dean Power (Elemer), Sean Michael Plumb (Dominik),
Callum Thorpe (Lamoral), Niklas Mallmann (Camarero), Bastian Beyer (Welko),
Vedran Lovric (Djura) y Niklas Mallmann (Jankel). Orquesta y Coro de la Ópera
Estatal de Baviera. Director del Coro: Sören Eckhoff. Dirección Musical: Constantin Trinks.
Menos
apreciada que otras composiciones de la dupla Strauss - von
Hofmannsthal la otoñal Arabella posee
grandes momentos musicales y una trama simpática que la hacen un muy buen
producto operístico pero que necesita una gran protagonista. En este caso se contó sin dudas con una
gran protagonista: Anja Harteros. La soprano alemana, nacida en
1972, descolló en un rol que no guarda secretos para ella y que encara con
total naturalidad; Harteros fue una Arabella plena de juventud, romanticismo y
seducción. Centro de la acción en todo momento en los que permaneció en el
escenario genera un natural magnetismo por sus gestos, sus miradas y su
compenetración actoral pero, naturalmente, también por su exquisita línea de
canto, sus brillantes agudos y sus medias voces perfectas. Sus filados
encandilan pero también la homogeneidad del registro y su personal sonido que,
como buena straussiana, parece flotar etéreo dentro de un fraseo conmovedor.
El
Mandryka del barítono Michael Volle
a la par de calidad vocal ofreció un personaje de natural simpatía y a la vez
con la necesaria rusticidad. Los dos
personajes principales se complementaron con la notable soprano alemana Hanna-Elisabeth Múller que fue Zdenka /
Zdenko.
De perfecta emisión y cálido timbre dio el tinte adecuado a cada una de
sus intervenciones ya sea como varón o como mujer. Como Matteo
el tenor Daniel Behle no defraudó en
una parte de gran dificultad que el artista superó holgadamente. Los
veteranos Kurt Rydl (Conde Waldner)
y Doris Soffel (Adelaide) dieron
muestra de su calidad tanto vocal como escénica. Con
alguna rispidez en el registro más alto de la partitura el tenor Dean Power fue Elemer, mientras que los
otros pretendientes fueron encarnados con seguridad por Sean Michael Plumb (Dominik) y Callum
Thorpe (Lamoral). Brillante la Fiakermilli de la soprano Sofía Fomina, sin nada que reprochar a
la Adivina de Heike Grötzinger y correcto el resto del
elenco así como el Coro en su breve prestación. En el
podio Constantin Trinks ofreció una
versión en la que todos los matices y los estados de ánimo de la partitura
fueron delicadamente puestos en valor, así como cuidó el balance entre foso y
escena. La Orquesta lo siguió con excelencia en todo momento asegurando tanto
el brillo sinfónico típico de Richard Strauss como el necesario lugar a las
voces. La
puesta de Andreas Dresen, original
de julio de 2015, tiene las necesarias dosis de modernidad y apego al texto que
la hace singularmente atractiva.
La
acción se traslada a la década del estreno de la obra, o sea a los años 30 del
siglo XX, cada gesto es medido y coherente resaltando la credibilidad y la
inteligibilidad de la acción. Hasta la decisión de convertir el baile de
Fiakermilli en una especie de orgía -con figurantes en claras alusiones sexuales-
es perfectamente coherente con el clima centroeuropeo de entreguerras. De gran
impacto la escena final con Arabella arrojando el vaso de agua a la cara de
Mandryka en lugar de dárselo y el ascenso de ambos por la gran escalera. La
escenografía de Mathias Fischer-Dieskau
es sencilla y funcional: una monumental escalera doble blanca, en algún aspecto
tributaria de las ideas de la Bauhaus, que, escenario giratorio mediante,
cambia de perspectiva. En el primero quedará casi escondida mostrando un
interior sin mayores pretensiones. Mientras que en el segundo y en el tercero
se muestra en toda su potencialidad y giros mediante mutará la perspectiva para
realzar distintos momentos de esos actos. El
vestuario de Sabine Greunig en
perfecto estilo con la época siempre resalta la elegancia de la protagonista.
Mientras que da la nota de color necesaria ante el blanco de las monumentales
escaleras jugando con el rojo y el negro de los trajes y el brillo de Arabella
en blanco y azul. Perfecta
la iluminación de Michael Bauer, que
crea los distintos climas que necesita la obra.
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