Thursday, February 14, 2019

Les Troyens de Berlioz en Paris


Fotos: Gentileza de la Oficina de Prensa de la OnP. Crédito: Vincent Pontet (Troyanos).

Gustavo Gabriel Otero

Dmitri Tcherniakov planteó una modernización mil veces utilizada en la primera parte (La prise de Troye) con una guerra contemporánea y una familia en el poder en manos de un militar dictador. En la segunda parte (Les Troyens a Carthage) todo deviene absurdo y contrario al texto: Cartago es convertida por Tcherniakov en un centro de rehabilitación de víctimas de guerra. Anna y Narbal son los principales cuidadores de los internados y Iopas se presenta como otro de los enfermeros. Dido es una interna más, que en una fiesta es declarada reina con capa y corona de papel. Se cortan pantomimas y escenas de ballet, además de la intervención de Panteo y la escena de los centinelas en el quinto acto, quitándole a la obra cerca de treinta minutos. La planta escenográfica de la primera parte es monumental y muestra el poderío escénico y tecnológico de La Bastilla, así se puede ver una ciudad semi-destruida en la parte izquierda del escenario -según ve el espectador- y el salón principal del Dictador (Priámo) todo revestido de madera en el lado derecho. La escenografía se nueve a la vista del público sobre el final dejando ver todo el espacio vacío hasta el fondo del escenario. 
Para Cartago, Tcherniakov nos presenta una sala del centro médico con mucha luz blanca y la típica impersonalidad de esos lugares. Adecuado a los fines de la puesta el vestuario de Elena Zaitseva, así como las luces de Gleb Filshtinsky y los vídeos realizados por Tieni BurkhalterPhilippe Jordan fue preciso en su marcación al mando de la Orquesta Estable de la Ópera Nacional de París que tuvo un rendimiento notable, un sonido magnífico y un lucimiento pleno. El Coro, que dirige José Luis Basso, tuvo una prestación de primerísimo nivel en una partitura extensa y complicada. La mezzosoprano francesa Stéphanie d’Oustrac fue una Cassandre de conmovedores acentos, intencionalidad en el decir sin mácula y registro amplio. Ekaterina Semenchuk fue una Didon con brillo propio con proyección perfecta y gran compenetración actoral. El Eneas de Brandon Jovanovich no defraudó. Notable su calidad vocal, muy buen volumen y prestación homogénea a lo largo de la obra. Los roles de importancia intermedia fueron servidos por la seguridad y compenetración de Michèle Losier (Ascagne), la excelencia vocal de Christian Van Horn (Narbal), la perfecta emisión y la notable línea de canto de Stéphane Degout (Chorèbe), y por el canto brillante de la mezzosoprano Aude Extrémo (Anna). Entre los roles menores se destacó Cyrille Dubois como Iopas, mientras que fue ajustado y preciso en resto del elenco.

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