Fotos: Gentileza de la Oficina de Prensa de la OnP. Crédito: Vincent Pontet (Troyanos).
Gustavo Gabriel Otero
Dmitri Tcherniakov planteó una
modernización mil veces utilizada en la primera parte (La prise de Troye) con una guerra contemporánea y una familia en el
poder en manos de un militar dictador. En la segunda parte (Les Troyens a Carthage) todo deviene
absurdo y contrario al texto: Cartago es convertida por Tcherniakov en un centro de rehabilitación de
víctimas de guerra. Anna y Narbal son los principales
cuidadores de los internados y Iopas se presenta como otro de los enfermeros.
Dido es una interna más, que en una fiesta es declarada reina con capa y corona
de papel. Se cortan pantomimas y escenas de ballet, además
de la intervención de Panteo y la escena de los centinelas en el quinto acto,
quitándole a la obra cerca de treinta minutos. La planta escenográfica de la primera parte
es monumental y muestra el poderío escénico y tecnológico de La Bastilla, así
se puede ver una ciudad semi-destruida en la parte izquierda del escenario
-según ve el espectador- y el salón principal del Dictador (Priámo) todo
revestido de madera en el lado derecho. La escenografía se nueve a la vista del
público sobre el final dejando ver todo el espacio vacío hasta el fondo del
escenario.
Para Cartago, Tcherniakov nos presenta una sala del centro médico con mucha luz blanca y la
típica impersonalidad de esos lugares. Adecuado a los fines de la puesta el
vestuario de Elena Zaitseva, así
como las luces de Gleb Filshtinsky y
los vídeos realizados por Tieni
Burkhalter. Philippe
Jordan fue preciso en su marcación al mando de la
Orquesta Estable de la Ópera Nacional de París que tuvo un rendimiento notable,
un sonido magnífico y un lucimiento pleno. El Coro, que dirige José Luis Basso, tuvo una prestación de primerísimo nivel en una
partitura extensa y complicada. La mezzosoprano francesa Stéphanie d’Oustrac fue una Cassandre
de conmovedores acentos, intencionalidad en el decir sin mácula y registro
amplio. Ekaterina
Semenchuk fue una Didon con brillo propio con proyección perfecta y gran compenetración actoral. El Eneas de Brandon Jovanovich no defraudó. Notable su calidad vocal, muy buen
volumen y prestación homogénea a lo largo de la obra. Los roles de importancia intermedia fueron
servidos por la seguridad y compenetración de Michèle Losier (Ascagne), la excelencia vocal de Christian Van Horn (Narbal), la
perfecta emisión y la notable línea de canto de Stéphane Degout (Chorèbe), y por el canto brillante de la
mezzosoprano Aude Extrémo (Anna). Entre los roles menores se destacó Cyrille Dubois como Iopas, mientras que
fue ajustado y preciso en resto del elenco.
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