Fotos: Lynn Lane
Ramón Jacques
Con La
Bohème inició una nueva temporada de la Gran
Opera de Houston. La buena noticia es que después de un año la compañía vuelve
a su sede, el teatro Wortham, que como se sabe sufrió deterioros por las
inundaciones del huracán Harvey en agosto del 2017. Además de una gala con
Placido Domingo, no hubo grandes celebraciones por la reapertura del remodelado
inmueble, ni se eligió un titulo significativo para la ocasión, como pudo haber
sido Aida, con la que se inauguró el teatro en 1987. Dicho lo anterior, y
considerando la cantidad de teatros que programan en la actualidad con tanta
frecuencia esta obra maestra pucciniana, me hace pensar que ello obedece más a
un imán publicitario para atraer público y llenar butacas, que a un legitimo
interés artístico. Haciendo un recuento de las últimas veces que he visto la
obra en los últimos tres años, por mencionar un periodo no muy extenso, y que
han sido varias; me atrevería a decir que se ha descuidado el título convirtiéndolo
en algo rutinario, con las mismas bromas y cargadas situaciones dramáticas,
reposiciones de montajes antiguos, y sobre todo que los personajes pueden ser interpretados
por cualquier artista, incluso inexpertos, todo bajo el pretexto de que es una
obra popular del repertorio que siempre seguirá gustando.
La Bohème es una obra maestra y debe
presentarse siempre con los más altos estándares artísticos, sin desgastarla, y
sin desgastar al propio público. La
función que me ocupa no estuvo exenta de lo anteriormente dicho, ya que la puesta
en escena de John Caird, con
vestuarios y diseños de David Farley,
si bien se apegó al libreto y tiene algunos destellos de brillantez, como la escena
del Café Momus. fue en términos generales oscura, sombría y anticuada en su
concepción, aunque el programa de mano indica que se trata de una coproducción
entre tres teatros importantes. Parecería que la elección de elencos en Houston
ya no tan acorde a la tradición y tamaño de la compañía, y solo el tenor
italiano Ivan Magrì, exhibió
un desenvolvimiento escénico destacable como Rodolfo, así como una clara
tonalidad y buena proyección. La soprano Nicole
Heaston mostro grato color en su canto,
aunque se mostró rígida e inexpresiva como Mimì.
Tanto el Marcello de Michael Sumuel como
la Musetta de Pureum Jo tuvieron un
desempeño muy discreto en esta función, y el bajo Federico de Michelis fue un seguro Colline. En el foso, James Lowe, dirigió con seguridad y
precisión a la orquesta, que le dio buenos resultados, y en su lectura se notó la
atención y cuidado que tuvo con las voces para encontrar un balance ideal.
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