Foto: Brescia e Amisano - Teatro alla Scala
Massimo Viazzo
Después de la legendaria Violetta Valery de María Callas, a mitad de los
años 50 del siglo pasado, además de una breve producción dirigida por Karajan
en 1964, el Teatro alla Scala debió esperar hasta 1990 para organizar una nueva
producción de esta obra maestra verdiana bajo la batuta de Riccardo Muti. El incómodo
fantasma de Callas, aun tangible en el teatro, probablemente habría desalentado
la reposición de la ópera con una protagonista cuya interpretación hubiera
terminado bajo la lupa de los llamados viudos de Callas o ‘vedovi Callas’ con gran riesgo de fracasar en su interpretación. Finalmente,
en 1990 el Maestro Mutti decidió reponerla.
Por otra parte, Traviata es uno de los títulos mas representados en el
mundo y era bastante curioso que en el máximo teatro italiano fuera montada
más. La ópera le fue confiada a jóvenes cantantes emergentes y la dirección
escénica le fue encargada a Liliana
Cavani, quien ideó un espectáculo suntuoso, pero siempre refinado y
elegante, satisfactorio para los ojos y respetuoso del libreto, en lo que fue
un espectáculo inspirado en aquel histórico de Luchino Visconti (justo el que se utilizó con Callas). Desde entonces es la producción que aquí se
ve con regularidad. En esta ocasión, la
dirección del teatro le confío la dirección de la orquesta a Myung-Whun Chung, y el maestro coreano
propuso una Traviata muy intima y lírica, con máxima atención a lo particular,
a la conducción de la frase, y al equilibrio con el escenario. Chung destiló
coloridos y seductores empastes, cincelando los dos preludios (el del primero y
el del tercer acto) con notable sapiencia tímbrica y acompañando a los
cantantes con un fraseo muy cuidado y suave. Marina Rebeka fue una Violetta prácticamente perfecta con acento y
con técnica. La coloratura resultó siempre clara y muy precisa, como también
las partes mas liricas, que encontraron en la soprano letona una interprete
ideal por color vocal, dicción y por lo que transmitió. Francesco Meli fraseó con naturaleza, matizando cada frase con
conocimiento estilístico y humanidad. Leo
Nucci diseñó un Germont creíble y de varias facetas, desde lo mas alto de
su profesión y su experiencia. El coro
siempre estuvo al pie del cañón. y adecuados estuvieron los cantantes del resto
del elenco. Un triunfo al final y una
ovación de pie para Marina Rebeka. Quizás con una interprete como ella se
podría haber llegado finalmente el tiempo de proponer otro título “callasiano” ausente tanto tiempo del
teatro milanés: ¡Norma!
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