Foto: Teatro
Solís de Montevideo
Luis G. Baietti
Giancarlo
Menotti, italiano de nacimiento, pero educado y residente en los EEUU fue un
raro caso de compositor moderno (entendiendo por tales a los posteriores a Richard
Strauss) que logró gozar de una cierta popularidad entre el público, si
bien no tanto frente a la crítica que
siempre tendió a menospreciarlo como una suerte de sub Puccini por su uso
intensivo de la melodía que es precisamente lo que le granjeó los favores del
público que nunca logró sentirse muy consustanciado con los estilos más
rupturistas e intelectualizados que
abrazaron otros compositores más festejados por la crítica. Su primer Opera,
un amable entretenimiento llamado Amelia al Ballo tuvo gran éxito cuando su
estreno y fue un título representado, en general como integrante de un doble
programa lírico por su brevedad, con relativa asiduidad durante las temporadas
de la época de oro del Sodre en la mítica sala consumida por el fuego que
estaba en el local donde hoy se levanta el majestuoso Auditorio Adela Reta. Sus
otras dos obras más conocidas son The Telephone y The Medium, ambas óperas
breves en un acto y Maria Golovin al
final de su carrera compuso dos obras de larga duración Juana la Loca y Goya,
escrita especialmente para Placido Domingo. El Consul fue su
obra de mayor ambición y – descubro ahora- peor tratada en las
representaciones, donde se hizo hábito privilegiar a buenos actores cantantes
que no siempre le hicieron justicia a su partitura que tiene momentos de gran
exigencia vocal. Es lo que
descubro ahora en la excelente versión que ha ofrecido el Teatro Solís de
Montevideo en sociedad con la Orquesta Filarmonica de Montevideo, que apoyado
en un sólido conjunto de voces encabezado por una deslumbrante Eiko Senda, dio
una visión cabal de la riqueza musical del texto. Hubo un gran
trabajo musical del joven maestro Martin Jorge al frente de la estupenda
Filarmónica local en una de sus mejores noches. Y un elenco vocal y actoral sin
fisuras. Con un conjunto regional de intérpretes de muy alto nivel, comenzando
por el excelente barítono brasileño Leonardo Neiva con un atrayente timbre
vocal y gran fuerza expresiva, la estupenda mezzo uruguaya Stephanie Holm en el mejor
trabajo de su carrera, una sutil creación del argentino Leonardo Estevez muy
exigido actoralmente en esta versión en que debe componer a un agente policial
siniestro a quien el regisseur decidió vestir de clown acentuando aún más su
papel siniestro, un muy sutil trabajo e Andres Barbery cantado con todo el doble sentido del personaje y con una
voz que ha crecido notablemente en extensión y volumen y que es una pena no sea
utilizada en papeles protagónicos en lugar de traer desconocidos tenores mediocres
del continente europeo, la impactante labor de la soprano uruguaya radicada en
Europa Sofia Maria con una bellísima y potente voz de soprano lírica y gran
fuerza expresiva, el asombroso
rendimiento vocal del veterano maestro de canto de tantos intérpretes más
jóvenes Fernando Barabino que parece
haber firmado el célebre pacto de Fausto, , las impecables actuaciones de las
mezzos Julia Bregstein y Clementine Moreira y el muy auspicioso cuasi debut del
joven barítono Julio Reolon dueño de una voz de muy bello timbre y un sólido
volumen. Pero las grandes heroínas de la noche, por la complejidad de sus papeles
fueron Adriana Mastrangelo y Eiko Senda Mastrángelo, que está pasando por un gran
momento en su carrera y viene de obtener un resonante éxito cantando Julio Cesar en el Colón volvió a deslumbrar
con potente, hermosa voz de mezzo aguda y con su fuerte presencia de actriz
dramática en un papel muy exigido porque es la contracara que se opone a la
protagonista que de no contar con una oponente de este calibre vería muy
perjudicada su actuación. Y un trabajo absolutamente deslumbrante de Eiko Senda,
que logra superar aún a su reciente Tosca
del Teatro Colón que levantó ovaciones en el Primer Coliseo argentino.
Un trabajo agotador en lo vocal, que rescató la belleza y la fuerza de la
partitura de Menotti con varios momentos de gran despliegue vocal y una
interpretación actoral que figura por derecho propio entre las más grandes
composiciones teatrales que he visto en mi vida, en el Teatro que sea. Eiko que
es japonesa de origen, radicada luego en Brasil y finalmente establecida en
Uruguay por obra y gracia de un Cupido baritonal local, es como yo suelo decir
entonces una soprano “ oriental por partida doble “ y ha sufrido en los últimos
años una asombrosa transformación que la ha llevado de ser una cantante
impecable vocalmente con una expresividad demasiado contenida, a la
poderosa extrovertida , súper latina
intérprete que es hoy y que ha demostrado cabalmente en sus recientes Tosca,
Lady Macbeth y esta Magda Sorel. La escena previa al cuadro final, donde Magda
ya más muerta por dentro que viva, habiendo perdido a la madre de su marido y a
su niñito, es una sombra de sí misma que mal se mantiene en pie y que lleva en
su rostro pintada la muerte que abrazará voluntaria y lúcidamente en el último
cuadro, es uno de los momentos más conmovedores que me haya sido presenciar en
cualquier teatro de Opera.
El Maestro
Sergio Lujan que ya se había hecho notar con una versión de La Flauta Mágica con elementos juveniles en un teatro del off uruguayo , había preocupado al
medio con sus declaraciones de que haría una versión performática que se
liberara de las ataduras al libreto y a la partitura. Felizmente nada de eso.
El director se atuvo fielmente a la temática de la obra y a su música en una
composición con algunas osadías, no todas ellas muy compartibles como la de
hacer desfilar prisioneros en paños muy menores por los pasillos del Teatro en
los intervalos, pero que en general se caracterizó por la gran intensidad que le
dio al drama, y por la marcación atenta y profunda de cada personaje. En una
obra que trata fundamentalmente de la angustia de la persecución política por
parte de un régimen dictatorial y la insensibilidad burocrática de los
consulados al otorgar el refugio a los que huyen ( y no puedo aquí olvidar a los millones de
judíos que pudieron salvar sus vidas si
los países de Occidente no se hubieran demostrado tan restrictivos al otorgar
visas ) supo encontrar referencias más modernas y locales, con un punto
culminante en la escena en que irrumpen el escenario parientes de
detenidos-desaparecidos durante la dictadura militar uruguaya , personificados
por los propios protagonistas en la vida real de esta tragedia, portando un
cartel contra la impunidad, y saludados con una lluvia de panfletos con el
nombre edad y fecha de desaparición de cada uno de los uruguayos faltantes,
escena que provocó un minuto de silencio angustiado seguido de una prolongada
ovación Es una pena que
esta obra quede ahora en los archivos del Teatro Solís esperando una improbable
reposición. Debiera viajar. Ser vista en el interior de Uruguay, Argentina,
Brasil y en Buenos Aires o en otros
países latinoamericanos como por ejemplo México que tanto entiende de exiliados
porque fue el país que con más generosidad y cariño albergó a los refugiados
sudamericanos en su hora de máxima necesidad y dolor.
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