Foto: Ramella&Giannese
Massimo Viazzo
Muy bella fue la
inauguración de la nueva temporada operística del Teatro Regio de Turín. Tristán e Isolda, título que se echaba
de menos en el máximo teatro de la ciudad principal piamontés desde hace
exactamente diez años, supo conquistar al público y a la crítica gracias a una
producción de muy alto perfil, desde el punto de vista musical y el
visual. Se recuperó el interesante
montaje que Claus Guth creo para
Zúrich hace algunos años, y en esta ocasión fue recreado con extremo cuidado
por el director de escena mexicano Arturo
Gama. La compañía de canto, formada por artistas “beyreuthianos” y la concentrada baqueta del director musical del
teatro Gianandrea Noseda se encargaron posteriormente de hacer el resto. Pero vayamos en orden. Guth ambientó la trama narrada en el libreto,
en la época en la que la ópera fue compuesta.
Los hechos se desarrollaron dentro del ámbito de una villa del siglo
diecinueve (¿Casa Wesendonck?) con las habitaciones con camas, vestíbulo,
comedor y también un jardín de invierno, todos colocados sobre una plataforma
giratoria. No hubo nada de medieval o caballeresco en esta lectura ciertamente
burgués, y en la que el matrimonio era visto como una institución fundadora de
la vida social. Faltó la naturaleza en
este espectáculo tan bien cuidado y elegante, y la ausencia del mar es de hecho
una ausencia que desconcierta porque el mar es evocado frecuentemente por la
música. No obstante, en este Tristán todo funciona a la perfección desde el
punto de vista dramatúrgico, como también la idea de transformar al personaje
de Brangäne en el ‘doble’ racional de Isolda, un doble que debe someterse a los
hábitos y convenciones del propio ambiente artefacto. Como ya se mencionó, el
elenco convenció en cada uno de sus elementos, comenzando por el expertísimo Tristán
de Peter Seiffert, aun hoy con la
brecha de una larga y honrosa carrera (¡de casi cuarenta años!). El timbre de
su voz es claro y sostenido por una emisión todavía sólida y un acento seguro.
En una época como la nuestra que contagia a los nuevos Sigfridos y a los nuevos
Tristanes y después los aniquila en pocos años o en pocos meses, Seiffert se
mantiene como un punto de referencia en el panorama del canto wagneriano.
Ricarda Merbeth encarnó una Isolda polifacética que gustó por el color y la
expresividad de la voz, aunque en el registro más grave el sonido pareció un
poco débil. Intensa estuvo la Brangäne de Michelle Breedt, como autoritario y
solido el Marke de Steve Humes, y arrogante estuvo el Kurwenal de Martin
Gantner, para completar un elenco digno y creíble. El artífice absoluto, verdadero espíritu de
este Tristán e Isolda fue Gianandrea Noseda cuya lectura siempre viva y
fraseada, atenta a la relación entre el foso y el escenario, pero sobre todo de
carácter puramente camerístico, supo emocionar y conmover. Noseda no apuntó hacia los decibeles si no a lo más íntimo y
hacia la poesía, que es precisamente lo que Tristán es.
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