Ensayo elenco estelar de Lady Macbeth |
Foto: Teatro Municipal de Santiago
Joel Poblete
En 2009 el estreno en Chile de una de las obras
maestras de la ópera del siglo XX, Lady Macbeth de Mtsensk de Dmitri
Shostakovich, fue un suceso que merecidamente puede ser calificado de
histórico, y los responsables fueron tanto la excelencia musical de un sólido
grupo de cantantes y la electrizante lectura musical comandada por Dimitri
Jurowski -director ruso en ese entonces de apenas 29 años-, como el notable,
cinematográfico y vital montaje del equipo liderado por el director de escena
argentino Marcelo Lombardero. Quienes
tuvimos la posibilidad de asistir a esas representaciones las recordamos no
sólo como lo mejor de 2009 sino además entre lo más memorable que ha ofrecido
el Municipal en las últimas décadas, y por lo mismo era una excelente noticia
que ocho años después la temporada lírica 2017 incluyera el regreso de este
título, con la misma producción. Y considerando los irregulares resultados
teatrales que ha ofrecido este ciclo durante este año en ese escenario, al
menos era garantía de un buen espectáculo, teniendo en cuenta que al margen de
los puntuales aciertos musicales, las cuatro óperas anteriores de la temporada
no han generado consenso en críticos y público: no se salvan del todo ni la
curiosa aunque efectiva Jenufa, ni la austera y escuálida propuesta para Las
bodas de Fígaro, ni los intentos de modernizar Rigoletto, y aunque La
cenerentola funcionó bien y era simpática, no ofreció nada demasiado
refrescante o novedoso. Pero a mediados de octubre una huelga legal convocada
por el sindicato técnico del teatro -que incluye a 90 trabajadores de áreas
como escenografía, vestuario, iluminación y tramoya- luego de no obtener
resultados en su negociación colectiva amenazó con impedir las funciones. En el
Municipal no se producía una huelga desde 2013, y esta era la primera bajo la
actual administración del francés Frédéric Chambert, quien al frente de la
dirección del teatro decidió ofrecer una solución alternativa para de todos
modos poder ofrecer la obra a su público: según la información oficial, se
presentaría una versión "semi escenificada realizada por el director de
escena Marcelo Lombardero", aunque después trascendió por la prensa que lo
que se ofrecería en verdad no había sido supervisado por él. Y en redes
sociales los trabajadores en huelga afirmaban que en realidad lo que se podría
ver y escuchar correspondería a una versión de concierto. Por todas estas
razones, en el estreno rondaba una particular atmósfera. Afuera del teatro los
trabajadores en huelga estaban con sus pancartas y repartían panfletos, y en el
interior, en el escenario sólo estaban las sillas rojas donde se ubicarían los
cantantes del coro y los solistas. Y previamente al inicio de la función,
apareció Chambert con un micrófono, quien de manera segura y serena durante
algunos minutos se dirigió en español a los espectadores y pidió disculpas por
la situación tanto a éstos como a Marcelo Lombardero, quien trabajó durante
cinco semanas con los artistas para tener listo el regreso de esta elogiada
producción; Chambert reconoció que la huelga es legal, aunque también afirmó
que como teatro estaban en su derecho de buscar una alternativa para de todos
modos presentar la obra al público. Y lo que finalmente se pudo apreciar en
verdad no fue sólo una ópera en concierto, ya que si bien el coro permanecía en
sus lugares ya fuera de pie o sentados, entrando o saliendo, los solistas se
desplazaron por el escenario y en la medida de lo posible intentaron
representar la acción teatral, por lo que a pesar de no contar con
escenografía, vestuario o iluminación, sí puede calificarse a esta versión como
"semi escenificada". Por supuesto que quienes no conocen bien el
argumento de la obra o la veían por primera vez pueden haberse confundido en
más de un momento, incluso a pesar de los sobretítulos; y también algunos
pasajes ofrecieron más de un desafío para los solistas que debían simular lo
que estaba pasando en escena, como por ejemplo la siempre perturbadora y
polémica escena en que un grupo de hombres acosa y abusa de una joven. Pero
considerando las circunstancias, el espectáculo fue efectivo y distó de ser un
fiasco, aunque por supuesto que se extrañó mucho todo lo escénico, aún más
recordando la excelente propuesta teatral que Lombardero estrenó en 2009, uno
de los mayores hitos en la contundente serie de aciertos que el artista
argentino ha ofrecido en el escenario del Municipal, que incluyen Tristán e
Isolda y los estrenos en Chile de otros títulos del siglo XX como El castillo
de Barba Azul, Ariadna en Naxos, Billy Budd y el año pasado Auge y caída de la
ciudad de Mahagonny. ¿Y lo musical, que
dada la situación se terminó convirtiendo en lo principal? Desde su estreno en
1934, la genial, compleja y ecléctica partitura de Shostakovich no deja de
remecer al público con sus contrastes, pero es también un exigente desafío para
cualquier director. Dirigida por su titular, el ruso Konstantin Chudovsky, en una vital aunque por momentos estruendosa
lectura a la que aún le falta profundizar los volúmenes y balances sonoros, así
como el equilibrio entre los músicos y los cantantes, de todos modos la
Filarmónica de Santiago tuvo un sólido desempeño, que incluso funcionó mejor en
el segundo elenco con la dirección del chileno Pedro-Pablo Prudencio. Y la situación permitió apreciar aún más los
detalles orquestales, o la fascinante energía emotiva de los interludios. No se
puede dejar de destacar también al grupo de bronces que irrumpió en escena
aportando entusiasmo y simpatía en uno de los pasajes más memorables compuestos
por Shostakovich en esta obra, acompañando la boda entre Katerina y su amante.
Y el coro del Municipal, dirigido por Jorge Klastornik, estuvo excelente, si
bien se echó de menos su participación escénica, que siempre es un gran aporte
en las producciones del teatro. El elenco internacional estuvo compuesto por 14
solistas, de los cuales 4 eran rusos y 9 chilenos que además interpretaron sus
personajes en el segundo reparto, el llamado elenco estelar. Debutando en Chile
en el agotador y exigente rol de Katerina Ismailova, la soprano rusa Elena Mikhailenko fue una efectiva
protagonista, consiguiendo perfilarla como figura trágica a pesar de la
precariedad escénica, con una voz atractiva y un buen desempeño que no
empañaron ocasionales veladuras o detalles en la emisión de algunas notas. El
más aplaudido en el estreno fue su compatriota, el bajo Alexey Tikhomirov, quien ya ha cantado en el Municipal en Boris
Godunov, Don Giovanni, Otello, Turandot y en esta misma temporada como
Sparafucile en Rigoletto; acá fue un amenazador Boris Ismailov, de voz rotunda
y potente aunque no demasiado grave, y fue uno de los solistas que más se
comprometió en lo teatral. Interpretando
al amante de la protagonista, Serguei, regresó el tenor Mikhail Gubsky, quien ya cantara en Chile en Boris Godunov en 2011
y El trovador en 2013; mucho mejor en el repertorio ruso que en Verdi, el
cantante estuvo muy bien, con buen volumen y proyección, mientras a su colega,
el joven tenor Boris Stepanov, como
el marido de Katerina, Zinovi, le falta aún rodaje, pero tiene un material
interesante que puede seguir desarrollando. Y el único artista de la producción
de 2009 -ocasión en la que debutó en el país- que regresó al elenco del
Municipal fue el excelente bajo polaco Alexander
Teliga, quien ha cantado en Chile además en Boris Godunov y Katia Kabanova,
y acá nuevamente encarnó al viejo convicto, y también al sacerdote; como si no
bastara, en el segundo reparto también se lució como Boris Ismailov. El elenco
estelar también permitió apreciar de nuevo el desempeño de dos tenores que
intervinieran en ese reparto en 2009, en los mismos roles: el argentino Enrique Folger como Serguei y el
chileno Pedro Espinoza como Zinovi,
ambos excelentes. Menos convincente en lo vocal, pero muy intensa en la
interpretación teatral, fue la mezzosoprano argentina Eugenia Fuente como la protagonista de ese reparto: su afinación no
siempre fue precisa y gran parte de las notas agudas superaron sus medios,
aunque la voz es atractiva especialmente en los tonos medios y graves. Muy bien estuvieron los solistas chilenos en
los roles secundarios: se lucieron especialmente la soprano Paola Rodríguez como Aksinya (¡qué
difícil intentar representar a una mujer acosada y violada sin contar con
vestuario ni apoyo de escena!) y una mujer convicta, la mezzosoprano Evelyn Ramírez como Sonyetka, y dos
bajo-barítonos, Sergio Gallardo como
mayordomo y especialmente como sonoro y autoritario jefe de policía, y el
ascendente Matías Moncada como portero, policía y centinela. En dos partes y tres
horas de duración incluyendo un intermedio, el espectáculo consiguió transmitir
la fuerza y desgarro de la obra, pero de todos modos y a pesar de sus logros,
nada podrá reemplazar la satisfacción de disfrutar de una presentación
completa. Es cierto que las óperas en concierto son una realidad en importantes
escenarios líricos del mundo, pero nunca hay que olvidar que gran parte de la
magia de la ópera reside en su fusión entre música y teatro. Las huelgas o
problemas sindicales han puesto en riesgo espectáculos incluso en los más
prestigiosos coliseos, y en el mismo Municipal, en 1999 una huelga de orquesta
y coro desembocó en que Così fan tutte se interpretara sólo con solistas
acompañados por dos pianos, aunque con toda la producción escénica. Pero una
situación como esta, en la que una ópera de la temporada oficial se termina
ofreciendo forzadamente sin escenografía, vestuario e iluminación, es inédita
en ese escenario chileno. Y en medio de las diferencias de opinión que esta
opción provoca, es probable que ambas partes tengan la razón: por un lado, y al
margen de sus legítimas demandas sindicales, los huelguistas tienen razón en
que no se ofreció el espectáculo completo como debiera ser al público que pagó
su entrada, y que su aporte desde sus distintas disciplinas, desde quienes
maquillan a los cantantes hasta quienes mueven e iluminan la escenografía, es
fundamental en la puesta en escena. Pero la posición del Municipal también
podía ser entendible: ¿era mejor cancelar las funciones si sólo se contaba con
los elementos musicales, o al menos tratar de cumplir con su audiencia y
ofrecer una alternativa a quienes de todos modos querían apreciar la obra? ¿y
qué pasaba con quienes habían viajado desde fuera de Santiago para asistir al
espectáculo, o los cantantes que durante meses prepararon sus roles, e incluso
los solistas internacionales que viajaron especialmente a Chile para esto? Por
supuesto que son muchas las interrogantes y cuestionamientos que surgen al
respecto, y al margen de los logros artísticos que se apreciaron, es indudable
que hubo algo triste en la situación, que debe afectar emocionalmente tanto a
quienes estuvieron en el escenario, como a quienes están en huelga y estuvieron
preparando durante semanas la producción, y también a quienes durante años
hemos sido asiduos espectadores de la temporada lírica. Afortunadamente, justo
en la tarde en que se realizaría la última función, el teatro llegó a un
acuerdo con el sindicato, y la huelga llegó a su fin.
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