Fotos: Patricio
Melo
Joel
Poblete
A pesar de la
notable resurrección que han tenido en las últimas décadas, hasta ahora Chile
había permanecido ajeno al auge de las óperas serias de Rossini: la última vez
que una se había representado en ese país fue ¡en 1892!, cuando se ofreció Moisés
en Egipto. Pese a que varios de sus títulos "serios" sí llegaron
a darse en esas latitudes, durante más de un siglo la presencia rossiniana en
ese medio se vio reducida a sus tres o cuatro comedias más populares, en
especial al ineludible Barbero de Sevilla. Por todo esto, la
presentación en el Teatro Municipal de Santiago, como tercer título de su
actual temporada lírica, de uno de los trabajos serios más reconocidos de
Rossini, y el primero que le dio prestigio masivo, Tancredi, tiene
una importante connotación para ese medio musical: esta partitura sólo se había
representado en Chile en 1830 y 1845, y como el Municipal recién se inauguró en
1857, las seis funciones realizadas entre el 23 y 30 de agosto marcaron su
debut en ese escenario.
Basada en la
obra homónima de Voltaire y estrenada en 1813, cuando Rossini sólo tenía 20
años, esta ya es la décima ópera de su carrera, y en ella es posible encontrar
diversos aspectos que conforman el sello musical del autor. Como era tradición
en la gran mayoría de las óperas serias de su época, el argumento es
convencional y se basa en una historia de amor entremezclada con aspectos
políticos e históricos, pero más allá de la trama, lo que prevalece es la
irresistible belleza de la música rossiniana, que permite enorme lucimiento y
virtuosismo a los solistas, en especial a los tres intérpretes
principales.
Y en la versión
que presentó el Municipal, en co-producción con la Ópera de Lausanne, donde el
montaje se estrenó el año pasado, se contó con un espléndido trío de cantantes
protagónicos de incuestionable nivel internacional, que ya habían actuado
previamente en ese país: la mezzo italiana Marianna Pizzolato, la soprano
rusa Nadine Koutcher y el tenor chino Yijie Shi. Pizzolato es una de las
cantantes rossinianas más destacadas de su cuerda en los últimos años, y fue
justamente con una obra de ese autor que cantó por primera vez en el Municipal,
en 2009 protagonizando La italiana en Argel, para luego regresar en
2012 en un rol travestido, Maffio Orsini en Lucrezia Borgia, de
Donizetti; su hermoso timbre se adapta muy bien a este otro rol travestido, el
papel titular de Tancredi -que ha cantado incluso en el
epicentro del canto rossiniano, el Festival de Pesaro-, en especial en las
notas medias y graves, destacando en particular en sus dos momentos solistas,
"Di tanti palpiti" y "Ah! che scordar non so", y además en
lo escénico compuso un personaje masculino a la vez aguerrido y sensible.
Koutcher ya
cautivó en 2014 cuando debutó en el Municipal en Los puritanos, y
el año pasado su carrera continuó avanzando a pasos agigantados: ganó el
Cardiff Singer of the World, y en diciembre, en Berlín y dirigida por Daniel
Barenboim, protagonizó La traviata, ópera que cantará también en el
Municipal, este mes de agosto. Su actuación en este Tancredi fue
en verdad deslumbrante, y además se complementó muy bien con Pizzolato en los
dúos que tan bien ensamblan las voces femeninas; delicada y encantadora en lo
escénico, la joven soprano maneja con ductilidad su bella voz, con agilidades
seguras y unos sobreagudos que impresionan, obteniendo una entusiasta recepción
del público en el segundo acto con su etérea entrega del aria "No, che il
morir non è" y en la espectacular y ovacionada versión de
"Giusto Dio, che umile adoro".
También
merecidamente aplaudido fue Yijie Shi, quien regresó al Municipal luego de
debutar en 2012, precisamente junto a Pizzolato en Lucrezia Borgia.
Este artista chino, quien ha actuado en diversas ocasiones en el Festival de
Pesaro, confirmó con creces por qué ya es considerado como uno de los mejores
rossinianos de su cuerda a nivel mundial, abordando el exigente rol de Argirio,
el mismo que ya cantó el año pasado en el estreno en Lausanne de esta
producción. Ya estuvo excelente en el primer acto con su "Pensa che sei
mia figlia", pero fue en el segundo, con su fenomenal entrega de "Ah!
segnar invan io tento", donde terminó de impresionar a la audiencia: su
hermosa voz, canto refinado y seguro parecen ideales para Rossini, y ni las
agilidades ni los arriesgados ascensos a las notas agudas parecen ser un
escollo para él. Sin duda, uno de los mejores tenores rossinianos que han
cantado en el Municipal; y considerando que en ese escenario han actuado
figuras como Rockwell Blake, Raúl Giménez, John Osborn y Juan Diego Flórez, el
elogio no es menor.
El resto del
elenco también estuvo muy bien servido, incluyendo a dos artistas que debutaban
en Chile: el bajo ruso Pavel Chervinsky fue un Orbazzano de bonito timbre,
aunque algo rígido y demasiado juvenil, y la ascendente mezzosoprano argentina
Florencia Machado actuó con convicción y entrega dramática como Isaura,
luciendo su cálida voz en su aria "Tu che i miseri conforti". La
joven soprano chilena Yaritza Véliz fue ahora Roggiero, otro rol travestido,
fiel apoyo del protagonista; aunque el personaje no tiene tanto relieve ni
presencia, Véliz estuvo muy bien, aprovechando de destacar en "Torni alfin
ridente", buena ocasión para exhibir su hermosa voz. También excelente
como siempre estuvo el Coro del Teatro Municipal que dirige Jorge Klastornik,
esta vez centrado en las voces masculinas.
Una sólida
coordinación entre el foso orquestal y los cantantes, muy cuidadosa en lo
estilístico, fue la que consiguió al frente de la Filarmónica de Santiago el
británico Jan Latham-Koenig, tan conocido por el público del Municipal, donde
debutó en 1989 y además de ser titular de la agrupación entre 2006 y 2009, ha
dirigido diversas óperas en un rango de autores que va de Mozart a Britten,
incluyendo a Verdi, Puccini, Wagner, Strauss, Janacek y Bartok, y contando con
hitos como los estrenos en Chile de Peter Grimes, La vuelta
de tuerca y El castillo de Barba Azul. A pesar de sus
frecuentes visitas, Latham-Koenig no dirigía una ópera en ese teatro desde Thaïs,
en 2010, y nunca había abordado ahí una obra de Rossini. El resultado fue muy
positivo: contando con el atento apoyo en el clavecín del chileno Jorge Hevia
para los recitativos, el director inglés se mostró receptivo y atento tanto en
lo vibrante (por ejemplo, el final del primer acto, típicamente rossiniano)
como en lo más poético, aprovechando al máximo los hallazgos de sutileza y
emoción, en especial en el maravilloso final de la obra, revisado para Ferrara
por Rossini al mes siguiente del estreno mundial, y recuperado recién en pleno
siglo XX, hace cuatro décadas. En vez de optar por un desenlace triunfal y
exultante como en la versión original y como dictaría la tradición, el
compositor decidió finalizar la obra con la muerte del protagonista en brazos
de su amada, acompañado tenue y delicadamente apenas por las cuerdas de la
orquesta, que parecen hacer eco de sus últimos suspiros. Un toque inspirado y
magistral que demuestra el inmenso genio de Rossini.
Tancredi también contó con un atractivo segundo reparto, el llamado elenco
estelar, compuesto en su mayoría por cantantes locales. Y en esta ocasión, los
tres intérpretes principales fueron particularmente exigidos: no sólo cantaron
en su ensayo general el lunes 25 y en su debut oficial la noche del miércoles
27, sino además debieron reemplazar a sus colegas del elenco internacional,
cuando los tres solistas debieron cancelar por enfermedad en la función del
martes 26.
A pesar del
esfuerzo de haber cantado los dos días anteriores, los tres protagonistas
tuvieron un muy buen desempeño, algo digno de resaltar considerando las enormes
exigencias vocales de sus personajes, lo que habría hecho entendible que
mostraran signos de agotamiento. Siempre activa en los principales escenarios
de su país, la mezzosoprano chilena Evelyn Ramírez ha estado presente en cada
una de las tres óperas que el Municipal ha presentado hasta ahora en la actual
temporada lírica: en mayo fue la Ciega en La Gioconda, en junio la
viuda Begbick en Auge y caída de la ciudad de Mahagonny y
ahora como protagonista de Tancredi. Todos roles muy distintos en
estilo vocal y exigencias teatrales, lo que prueba el amplio rango artístico de
la artista. Rossini le queda muy bien a su voz, como lo ha demostrado ya en ese
teatro en comedias de ese autor como El barbero de Sevilla y La
italiana en Argel; ahora asumió el personaje protagónico con convicción
escénica y su habitual sentido estilístico, luciendo especialmente sus notas
medias y graves y manejando mejor su volumen y proyección que en la ópera
anterior, aunque en algunos momentos los agudos y ciertas agilidades parecen
exigirle más de la cuenta. Ramírez destacó particularmente tanto en sus
escenas solistas como especialmente en los bellos y sutiles dúos con Amenaide,
su amada en la ficción, interpretada por la soprano Patricia Cifuentes. Han
actuado muchas veces juntas en ese y otros teatros, y se nota por lo bien
afiatadas que están sus voces. Cifuentes encarnó su rol con sensibilidad y
sutileza, y supo resolver con inteligencia las exigencias vocales, coloraturas
y agudos, en particular su acertada entrega de su escena "Giusto Dio, che
umile adoro".
Por su parte, el tenor ruso
Anton Rositskiy ya había actuado en el Municipal anteriormente, abordando a dos
de los tres compositores italianos que encarnan el bel canto: Donizetti y
Bellini, de quienes respectivamente cantó ahí en El elixir de amor en
2013 y Los puritanos en 2014, siempre en el elenco estelar. Le
faltaba completar el trío con Rossini, y ahora fue el turno, encarnando el
demandante personaje de Argirio. En sus presentaciones anteriores ya habían
llamado la atención su particular color y timbre vocal que evoca a algunos
tenores de tiempos antiguos, y el arrojo con que enfrenta las notas agudas,
algo que en este rol es fundamental; reforzamos la impresión previa, y aunque
su emisión y estilo parecieron más irregulares y menos consistentes que en sus
otras actuaciones, no se puede negar que superó los escollos de sus números
solistas, más cómodamente en "Pensa che sei mia figlia" que en la
peliaguda "Ah! segnar invan io tento".
El elenco estelar incluyó
además al siempre solvente bajo-barítono cubano-chileno Homero Pérez-Miranda
como Orbazzano, quien aportó mayor relevancia y madurez escénica al personaje
en comparación con su colega del otro reparto. Como Isaura, la mezzosoprano
María José Uribarri mostró una voz de atractivo timbre en las notas medias,
pero quizás debe trabajar aún más la emisión y proyección de su material, en
particular en los extremos, y su presencia escénica fue algo discreta. Por otro
lado, luego de positivas actuaciones en los últimos años, la soprano Marcela
González demostró que cuando hay talento y buenas condiciones vocales, es
posible lucirse incluso en un rol secundario como Roggiero, como confirmó con
su excelente entrega del aria "Torni alfin ridente", cantada con
gusto, bonita voz, buen volumen y coronada con un sólido y sonoro agudo que
sorprendió al público, a juzgar por los efusivos aplausos posteriores. Una
cantante en indiscutible y prometedor ascenso.
En este segundo reparto la
Filarmónica de Santiago fue guiada por la batuta de quien en los últimos tres
años ha sido elogiado por los críticos y el público como la mayor revelación
entre los directores chilenos de su generación, con presentaciones habituales
frente a las principales agrupaciones del país, incluyendo por cierto la
orquesta del Municipal: Pablo Bortolameolli, haciendo aquí al fin su debut al
frente de una función de ópera. El músico abordó el desafío con su rigurosidad
y entusiasmo habituales, pero los resultados fueron desiguales y no
convencieron por completo, a pesar de ser muy aplaudido al término de la
función y aunque hay que reconocer que en el segundo acto se notó una
progresión en comparación con el primero, donde el equilibrio sonoro entre la
orquesta, los solistas y el coro en los números de conjunto no siempre había
estado bien definido, incluso en el contagioso final del acto. De todos modos
la joven batuta demostró preocupación y cuidado al guiar a los cantantes -en
especial en las arias y los dúos-, y probablemente con el paso del tiempo se
irá perfeccionando cada vez más en el abordaje del género lírico. Entrega,
talento y pasión sin duda no le faltan.
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