Friday, December 9, 2016

Fausto de Gounod en la Ópera de Houston

Foto: Lynn Lane

Ramón Jacques

Es innegable que por recursos económicos, infraestructura, tradición, y calibre de artistas que han pasado por su escenario, la Ópera de Houston ha sido siempre una de las compañías estadounidenses más importantes. Sin embargo, parecería que en los últimos años la dirección artística ha perdido el rumbo, la motivación e incluso la imaginación. Los elencos dejaron de ser atractivos como lo eran en antaño, como tampoco la elección de producciones escénicas ni la elección de títulos parece ser de lo más estimulante. Prueba de ello es este Fausto de Gounod, se ofreció de nueva cuenta con el montaje de Francesca Zambello, repuesto en esta ocasión por Garnett Bruce, que aunque es funcional y colorido, con buenos vestuarios, y que sitúa la acción dentro de lo que parecería una historieta antigua, su aspecto luce ya rudimentario, anticuado, denotando el paso de los años. A esta obra del repertorio francés se le hubiera hecho justicia con un una nueva producción acorde al nivel de este teatro, pero se recurrió a algo ya visto y gastado, de por lo menos veinte años o más. Estas escenografías han recorrido diversos teatros estadounidenses, y ya dieron de sí,  además son las mismas que aquí se utilizaron este en el 2007, con la memorable interpretación del papel de Mefistófeles del legendario bajo Samuel Ramey.  El elenco en esta ocasión lucia atractivo en la papeleta, pero su desempeño no cumplió con las expectativas, comenzando con el bajo-barítono Luca Pisaroni un intérprete que sobreactuó el papel de Mefistofeles y exageró la gestualidad al punto de hacerla parecer más ridícula que diabólica. Su desempeño vocal y su dicción fueron correctos, pero su voz pareció carecer del cuerpo y espesor que uno esperaría de un personaje como este, al punto de ser inaudible en varios pasajes.  El tenor Michael Fabiano, como Fausto, tuvo un inicio irregular incomodo con la parte y la tesitura, pero para los siguientes actos una vez que logró calibrar la voz mostró dotes fascinantes de una voz muy solida, plena de homogeneidad y color.  Poco que decir de su actuación, sombría y  tímida. 
La soprano puertorriqueña Ana María Martínez cumplió con el papel de Marguerite, con magníficos destellos vocales y gratas pinceladas como en su aria “Ah je ris de voir”  No ofreció una actuación del nivel que nos tiene acostumbrados, y nada se le puede escatimar o reprochar a una cantante de su nivel, aunque la duda seria si ¿es necesario que se le contrate invariablemente en todas las temporadas privando al publico la oportunidad de escuchar otras voces diferentes o actuales? Un cuestionamiento que tendría que responder la administración del teatro. Muy discretas las participaciones de Joshua Hopkins como Valentin y de Margaret Lattimore como Marthe, como jovial y radiante estuvo Megan Mikailovna Samarin como Siébel. El coro se mostró seguro en sus intervenciones y al lado de la orquesta fueron lo sobresaliente de una deslucida función, con Antonino Fogliani dirigiendo una agrupación solida, compacta, homogénea y de grata y resonante sonoridad.


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