Fotos: Lynn Lane
Lorena J. Rosas
Después de las representaciones de Nixon in China, ópera que le fuera comisionada al compositor estadounidense
John Adamas por la Gran Ópera de
Houston, donde fue estrenada hace treinta años (el 22 de octubre de 1987) y que
se ha convertido en una pieza fundamental del repertorio operístico moderno, la
actual temporada de este importante teatro texano continuó con el Réquiem
de Verdi. Tal parece que con el paso del tiempo, esta
obra maestra se asocia más al ámbito de las orquestas sinfónicas y las salas de
concierto que al de los teatros de ópera. Lo sorprendente es que esta vez su elección
no haya venido a redondear la temporada, sino a sustituir el segundo montaje escénico
del año, que históricamente se programa siempre en estas fechas. Una incógnita
que solo la dirección del teatro podría responder. Sea cual fuere la razón, el Réquiem es una obra anhelada y
bienvenida por cualquier amante de la música. Lo que hizo diferente esta versión
sobre otras, es que la compañía involucró a todas sus fuerzas artísticas, con más
de180 miembros del coro y la orquesta, doce trompetas en lo más alto del
teatro, y una cuidada selección de cuatro solistas, todos bajo la batuta del
maestro Patrick Summers.
Con coro y
solistas colocados sobre el escenario y la orquesta en el foso, la sala del Wortham Theater se inundó de los vigorosos
ritmos y las sublimes melodías que contiene la partitura, hasta alcanzar los
profundos contrastes dramáticos de los sentimientos de pérdida y miedo con los esperanza
y alegría; y si se logra tocar fibras y conmover
al público, como sucedió en esta vela, la compañía debe anotarse como un éxito rotundo. Los solistas llenaron los requisitos para estar presentes aquí, como Angela Meade, soprano de colorido y brillante
voz, muy delicada en los pianos hasta
su culminante y admirable Libera me. La
mezzosoprano Sasha Cooke se caracterizó
más por su color oscuro, refinamiento y expresividad que por fuerza, y el tenor
Alexey Dolgov exhibió suavidad en su
canto y el brío para atravesar la masa musical, así como firmes agudos en el Ingemisco.
El bajo Peixin Chen, hasta hace poco perteneciente al estudio del teatro, mostró
una voz con profundidad y fibra, aunque un poco contenida en comparación con
los otros solistas y por momentos carente de efusividad. Patrick Summers, logró encontrar conjunción y balance entre todo el
conjunto artístico con adecuados tiempos, pero mencionar que en los breves
pasajes en los que pareció descarrilarse acelerando las velocidades, parecería una nimiedad dentro
del contexto general. Al final, el resultado que más importó fue la sensación de
satisfacción que quedo flotando en el aire.
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