Rachele Gilmore (soprano) |
Ramón
Jacques
En menos de una semana, la Filarmonía de Los Ángeles regaló
a su público dos obras cumbres del repertorio sinfónico vocal: La Creación
de Haydn y pocos días después El Mesías de Handel. Ambas se ofrecieron en versión de concierto,
aunque la primera de ellas contó con un ingrediente adicional, la inclusión de iluminación
y transmisiones de videos y fotografías en toda la parte trasera y en el techo
de la sala de conciertos, de La Creación de
Adán de Miguel Ángel, en diversas formas y tamaños, así como imágenes que
se refieren al origen del mundo y lo magnificente que este es, además de
algunos movimientos innecesarios de los solistas. Este recurso, conocido como ‘video installation’ es utilizado con bastante frecuencia en esta sala de conciertos, aquí el artista
del video y director fue Alberto Arévalo
y el iluminador James Ingalls, y
aunque visualmente es atractivo para el espectador lo distrae del objetivo, ya que no parece establecer un vinculo directo
o un sentido con la música que ya contiene su dosis de teatralidad y dramatismo,
y que habla por sí sola. Musicalmente
hablando la ejecución fue soberbia, con la presencia del sólido y enérgico coro
Los Ángeles Master Chorale y la
presencia de la soprano Rachele Gilmore,
una artista de conmovedora y ágil brillantez vocal, que transmitió delicadeza y
sensibilidad. El tenor Joshua Guerrero,
cumplió discretamente con un timbre poco grato, descuidada dicción y
emotivamente alejado de lo que la parte requería de él. Además, el barítono Jonannes Kammler, sonó poco autoritario
en sus intervenciones por su voz poco robusta, que aportó poco al concierto. El
titular de la orquesta, Gustavo Dudamel
se ha convertido en un concertador que busca la claridad y la precisión,
dejando a un lado el entusiasmo y explosividad que lo caracterizó al inicio de su gestión con
esta orquesta, pero su búsqueda del detalle rindió frutos ya que extrajo provecho
de una reducida agrupación, que comunicó e inundó de melodía con sus cuerdas, metales y
clavecín.
Ann Hallenberg y Karina Gauvin. Foto: RJ |
El entusiasmo no cesó con el Mesías de Handel, de nueva cuenta con una inspirada orquesta, que sintió la música,
la hizo suya y la lanzó como un rayo solar que ilumino al público. Esta orquesta parece haberle encontrarle el
gusto a la interpretación de música antigua, que hasta hace pocos años era algo
desconocido y lejano para sus músicos. Un lujo fue contar con la presencia de
la mezzosoprano sueca Ann Hallenberg,
una experta en la interpretación de Handel, quien mostro agilidad, pero sobre
todo un inolvidable canto pleno de intención y explosividad. La soprano Karina Gauvin, mostró su grata
vocalidad, aunque la ligereza de su voz pareció no ayudarle en la emisión. El
coro invitado fue La Chapelle de Québec, con mucha experiencia en este tipo de obras, y la conducción
recayó en su fundador, el director canadiense Bernard Labadie, quien cometió
notables errores y desfasases entre los artistas, desatenciones en los tiempos,
pareciendo más preocupado por hacer resaltar la voz de Gauvin, en perjuicio del
conjunto musical. Un director que en mi opinión personal, carece del nivel habitual
de los directores que desfilan semanalmente por este podio. El tenor Allan
Clayton y el bajo Matthew Brook, exhibieron un nivel inferior al de sus
contrapartes femeninas. Escuchar un Mesías
es siempre un evento, y no se puede omitir la costumbre, al menos vista en las salas
de concierto estadounidenses, donde el público se pone de pie para cantar al unisonó
el Aleluya.
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