Credito: Monica Rittershaus
Lloyd Schwartz (The Phoenix)
Todos los presentes en el regreso de Simon Rattle y la Filarmónica de Berlín deben sentir una enorme gratitud hacia la asociación, Celebrity Series of Boston. Aunque el programa no parecía particularmente prometedor – dos sinfonías de Brahms (las No. 3 y4) y una corta, y poco conocida pieza de Schoenberg (un acompañamiento de una escena cinematográfica) – fue un evento emocionante. La orquesta tocó con una fenomenal profundidad de sonido, una capa tras otra de extraordinaria riqueza. La aproximación de Rattle a la obra de Brahms fue profundamente reveladora, y ya que Schoenberg era un gran admirador de Brahms (la elaborada orquestación del quinteto de piano en fa menor de Brahms, que Rattle presentó en Nueva York, ha sido considerada frecuentemente la quinta sinfonía de Brahms) colocar entre las sinfonías de Brahms esta hermosa pieza llena de tensión, de seis minutos de duración para una película muda (de 1930, en el punto mas alto del expresionismo cinematográfico alemán) fue un respiro y un vivo recordatorio de cómo se desenvolvió la música en el siglo XX a partir de Brahms. Aquí es donde uno se impresionó tanto con Rattle. Demasiado Brahms parecía indigesto y “clásico” –el menor heredero de Beethoven, pero sin su fiera energía. O si no demasiados vehículos románticos para jugosas melodías. Rattle interpreto estas contrastantes sinfónicas como un drama, como obra que tiene que ver con nostalgia, el impulso de de la memoria (quizás ilusoria e inventada), embrujada o atrapada por el pasado. Pero también con el deseo, o en algunos momentos la desesperada necesidad, de ir hacia delante, para enfrentarse con heroísmo a un posiblemente aterrador y potencialmente trágico futuro. En cada frase, se pudo sentir a Rattle controlar la mezcla de limitación (por detenerse) y urgencia (por seguir adelante), resistencia y determinación – todas dando un sobresaliente sentido de los ambiguos y compases clave de Brahms, en el suave tercer movimiento fa mayor o el mas movido, cuarto movimiento en mi menor. La misteriosa parte, tan lenta como bailable, del tercer movimiento, quizás mi favorito movimiento de Brahms, me llevó al borde de las lagrimas.
English Version
Foto: Sir Simon Rattle – Berliner Philarmoniken
Credito: Monica Rittershaus
Lloyd Schwartz (The Phoenix)
English Version
Foto: Sir Simon Rattle – Berliner Philarmoniken
Credito: Monica Rittershaus
Lloyd Schwartz (The Phoenix)
Everyone present at the return of Simon Rattle and the Berlin Philharmonic must feel an enormous debt of gratitude to the Celebrity Series of Boston. And though the program didn't sound especially promising — two Brahms symphonies (Nos. 3 and 4) and a short, unfamiliar Schoenberg piece (Accompaniment to a Cinematographic Scene) — it was a thrilling event. The orchestra played with phenomenal depths of sound, layer upon layer of extraordinary richness. Rattle's approach to Brahms was profoundly illuminating. And since Schoenberg loved Brahms (his elaborate orchestration of Brahms's G-minor Piano Quintet, which Rattle led in New York, has often been called Brahms's Fifth Symphony), placing between the Brahms symphonies this beautiful and tension-filled six-minute score for an imaginary silent film (from 1930, at the height of German film Expressionism) was both palate-cleansing and a vivid reminder of how 20th-century music evolved from Brahms. Here's why I was so impressed with Rattle. Too much Brahms seems stodgy and "classical" — the lesser heir to Beethoven, without Beethoven's ferocious energy. Or else too soupily Romantic, vehicles for juicy tunes. Rattle played these contrasting symphonies as drama, works dealing with nostalgia, the pull of memory (perhaps illusory, invented memory), haunted or even trapped by the past. But also with the desire, sometimes a desperate need, to go forward, to face a possibly terrifying and potentially tragic future with heroism. In every phrase, I could feel Rattle coming to grips with this mixture of restraint (the holding back) and urgency (the push forward), resistance and determination — all making remarkable sense of Brahms's ambiguous key signatures, whether in the gentler Third in F major or the more driven E-minor Fourth. The mysterious dance-like slow movement of the Third, maybe my favorite Brahms movement, brought me to the edge of tears.
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