Credito © Cory Weaver
Ramón Jacques
Un recuento operístico internacional demuestra que durante todo el año 2009, solo cuatro teatros (dos alemanes, uno búlgaro y uno norteamericano) asumieron el reto de escenificar dentro de su curso lirico, esta olvidada y poco representada opera de Massenet. Un dato menos alentador, indica que el total de las funciones, entre las ya representadas y las que aun restan por hacerse, no suman más de 20. El honor, o quizás el atrevimiento dadas las difíciles condiciones por las que atraviesa la opera en esta parte del mundo, correspondió a la Opera de San Diego, compañía que en solitario produjo y estrenó una nueva realización escénica, que logro captar el ambiente español y el tiempo en el que se sitúa la trama. El motivo para no abandonar el proyecto, fue la estrecha relación que existe entre el teatro y el bajo italiano Ferruccio Furlanetto, para quien esta opera fue montada especialmente. Furlanetto, convenció, y demostró un dominio absoluto de la escena, abordando con credibilidad los diversos estados de ánimo por los que atraviesa el personaje, que es enérgico, lunático, y cuando le fue requerido, conmovedor. Vocalmente desplegó una briosa y oscura voz, penetrante y segura, con buena dicción francesa. Un verdadero cómplice escénico fue el baritono argentino Eduardo Chama, quien se desenvolvió con gracia como Sancho Panza. En sus intervenciones vocales, mostró una adecuada proyección y refinado estilo musical. La mezzo Denyce Graves, fue una correcta Dulcinea por su tonalidad vocal oscura, pero enérgica y sobreactuada por momentos. Destacó la opulenta orquestación con alegres tonalidades y marcada influencia española bajo la dirección musical de Karen Keltner.
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