© Salzburger Festspiele / Michael Pöhn
Luis Gutiérrez
Don
Giovanni es, sin duda alguna, una de las óperas más
difíciles de escenificar pues cada espectador, novicio o experimentado, tiene
una idea sobre quién es Don Juan y lo que se espera del mismo. Sven–Eric Bechtolf se echó encima la misión de
poner en escena las tres óperas que Mozart compuso con libretos de Da Ponte. El
año pasado presentó Così fan tutte y
el próximo presentará Le nozze di Figaro.
El Festival de Salzburgo presentará en 2016 las tres obras maestras – sí, Così es una obra maestra. El tema que Bechtolf empleó en su
escenificación fue Viva la libertà!, frase que Don Giovanni entona a la entrada
de Donna Anna, Don Ottavio y Donna Elvira enmascarados, quienes se unen a la
misma; es curioso notar que el Viva la libertà! lo cantan los únicos personajes
que disfrutan de ella en tanto que no lo hacen ni Leporello ni Zerlina y
Masetto. El director sitúa la escena en uno de los
momentos y lugares del siglo XX en los que las libertades –en especial la
sexual– vivieron uno de sus momentos más negros: el franquismo español. La
historia se desarrolla específicamente en un hotel de pago por evento en las
afueras de Sevilla, propiedad de Il Commendatore y su hija Donna Anna; Masetto
trabaja en el bar y Zerlina es una camarera. Don Giovanni se encuentra haciendo
su “trabajo” en la habitación de Anna, en tanto que Leporello llega con el
equipaje de su señor. Donna Elvira vestirá de novia durante gran parte de la
ópera, acorde con la deserción del libertino tras tres días de matrimonio y,
como es de esperarse, se encargará de estorbar a su ex en todos los intentos de
seducción que intente durante ese día, el peor de su corta vida. Los
diseñadores de escenografía, Rolf Glittenberg, vestuario, Marianne Glittenberg
e iluminación, Friedrich Rom, logran un buen trabajo. Hasta ahora todo está bien, es más,
excelente. La situación se aparta de lo importante al incluir una multitud de
supernumerarios que se mueven constantemente, distrayendo así al espectador.
Hay personal del hotel como camareras, meseros, botones, clientes del hotel y,
por supuesto, falangistas comandados por Don Ottavio, quienes se encargan de
expulsar de las habitaciones a toda pareja que seguramente está pecando. Un aspecto notable es el hecho de que en la
pelea que se da entre Don Giovanni e Il Commendatore, el libertino toma el
brazo de Donna Anna quien portaba un cuchillo, para clavarlo en el pecho de su
padre; esto, supongo, debe agudizar los deseos de venganza de la señora, a lo
que se añade algo totalmente nuevo y sorpresivo para mí, un enardecimiento
sexual de la joven casta que perseguía a su atacante sexual. Cuando Anna canta
sus arias: “Era già alquanto… Or sai chi l’onore” y “Crudele… Non mi dir,
bell’idol mio”, el pusilánime y asexuado Ottavio la tira al suelo donde le hace
lo que suponemos le había hecho Don Giovanni al inicio de la ópera. Este
detalle contradice la psicología de los dos personajes, al menos en mi opinión,
aunque se apega, más o menos, al Viva la libertà! que entonan junto con el
libertino. En resumen, mi opinión de la puesta en escena
es mixta. En el lado positivo la elección del motivo central, así como su
contraste con la época y lugar. En el negativo la abundancia de distracciones y
la definición psicológica de Anna y Ottavio. Al final del día Don Giovanni es un dramma
giocoso [per musica], es decir, una pieza literaria jocosa a escenificarse
y a ser transmitida al público a través
de la música. Por algo Mozart da entrada a esta magna obra en su catálogo como opera buffa, lo que de acuerdo con los
usos de la época era una ópera con un libreto bufo a ser interpretada con las
convenciones de la opera buffa corrientes.
He de recordar que entre estas convenciones se encontraban los catálogos y la
distribución de caracteres serios, Il Commendatore, Donna Anna y Don Ottavio,
semi-serios, Don Giovanni y Donna Elvira, y bufos, Leporello, Zerlina y
Masetto. Otro factor muy importante es que el peso de los tres caracteres
femeninos es similar. Todo el párrafo anterior se orienta a
defender las producciones que se acercan al lado dionisiaco del mito y no a las
que lo hacen al aspecto apolíneo. La interpretación de los cantantes tuvo de
todo. Entre los hombres, Ildebrando d’Arcangelo fue un notable Don Giovanni, especialmente
en “Finch’han fal vino”, aunque Luca Pisaroni fue quien brilló como Leporello,
por cierto durante “Madamina, il catalogo è questo” exhibió un cuaderno con
fotografías en el que Elvira buscaba ansiosamente la suya con objeto de
escamotearla del infame catálogo; Tomasz Konieczny estuvo sólido como una roca como Il Commendatore y Alessio Arduini fue
un ardiente Masetto. Quien estuvo bastante abajo del grupo, fue el Ottavio de
Andrew Staples, quien desafortunadamente hizo de “Dalla sua pace” algo muy poco
pacífico. Como era de esperarse no pudo apaciguar su imagen durante “Il mio
tesoro”. En las mujeres fue donde hubo un mayor
divergencia en la calidad de interpretación vocal, la joven de 28 años Anett
Fritsch nos regaló una estupenda Donna Elvira, tanto que al entonar “Sola,
sola, in buio loco” realmente sentí su temor infantil, “questa fanciulla” le
dirá Leporello unos momentos más tarde. La moldava Valentina Nafornita cantó un
regular “Batti, batti”, mejorando durante su seductora “Vedrai, cariño”, aunque
su strip-tease (parcial) pudo haber alterado mi percepción. Quien no tuvo una
noche feliz vocalmente die la Donna Anna de Lenneke Ruiten. Odio decirlo pero
es lo que realmente percibí durante la función. Ojalá que en las otras, haya
tenido mejores noches. Christoph Eschenbach dirigió la Filarmónica
de Viena con tempi bastante pomposos, aunque hubo momentos en los que decidió
hacerlo con mayor viveza, como durante el aria de Don Giovanni. Oí críticas al
hecho de que la Filarmónica de Viena no suena como una agrupación HIP
(históricamente informada) lo cual creo es un desatino, por otro lado creo que
el sonido Viena es soberbio y es el que me gusta más para oír un Don Giovanni cuando lo hace un
instrumento del tamaño y prácticas de interpretación similar al de los
vieneses. Cuando nos referimos a Don Giovanni en el Festival de Salzburgo, siempre debemos de
mencionar la versión que se emplea. En esta ocasión se usó la versión híbrida,
es decir la que nunca oyó Mozart, incluyendo las dos arias de Ottavio
(desafortunadamente), las de Elvira (afortunadamente) y el sexteto final,
durante el cual reaparece Don Giovanni al que nadie ve, salvo una mesera que le
coqueteó durante toda la ópera y que lo seduce finalmente, haciendo que todos
los personajes y supernumerarios terminasen en el mismo lugar que ocupaban al
iniciar la función. Como Bernard Shaw, nunca he podido ver un Don Giovanni que me satisfaga totalmente
(¿existirá acaso?), pero esta producción me satisfizo más que las dos
anteriores que sufrí en el Festival.
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