Cortesía Auditorio Nacional, foto de Alberto Lemus
La gira por diversos países americanos de la
Philharmonia Orchestra de Londres incluyó un concierto en el Auditorio Nacional
de la Ciudad de México, recinto principalmente utilizado para la realización de
conciertos de música pop, rock; pero cuya extensa historia contiene memorables
representaciones de óperas y conciertos sinfónicos entre los que se pueden
mencionar las visitas del Teatro Colón de Buenos Aires (Turandot), la del
Teatro Regio de Parma (Rigoletto), la del ballet del Teatro Mariinsky, así como la de la Academy of St. Martin in
the Fields con la novena sinfonía de Beethoven. La célebre agrupación inglesa,
que cuenta con un enorme y variado legado discográfico, ofreció un programa con
obras de compositores rusos, elegido por Vladimir Ashkenazy, quien fue el encargado de dirigir el concierto.
Con una alegre y muy musical ejecución de la obertura de la ópera Ruslan y Ludmilla de Mikhail Glinka dio inicio el concierto. Desde ese momento comenzó a
dibujarse la que sería una grata velada cargada de emoción y musicalidad, de
una orquesta que mostro solidez y mucha personalidad sobre el escenario. Dos
obras de Tchaikovski fueron el pilar de esta presentación: comenzando con el Concierto para
violín y orquesta en re mayor, Op. 35, que
tuvo como solista a la joven violinista estadounidense Esther Yoo, quien interpretó las exigencias de su parte con
autoridad, pericia y agilidad emitiendo un sonido fulgurante de su instrumento,
aunque su poca expresividad y búsqueda de la perfección parecían por momentos
tomar un camino distinto al de la espontaneidad, la cadencia y la homogeneidad
con la que se desempeñaba la orquesta. Por su parte, la Sinfonía 5 en mi menor, Op 64 fue un
deleite para los sentidos, con una orquesta que exhibió una precisión
milimétrica y homogeneidad en su sección de cuerdas, que transmitió y comunicó
sentimientos y los estados de ánimo contenidos en cada uno de los cuatros
movimientos de la pieza, desde la solemnidad y tranquilidad del inicio hasta el
explosivo clímax orquestal del final. Un reconocimiento especial corresponde
también a la notable sección de metales y alientos, tan presente y
determinante en este concierto. Vladimir Ashkenazy, hoy director emérito de la orquesta, imprimió su
experiencia y afinidad con este repertorio, y aunque dirigió con autoridad en
su lectura, permitió libertades expresivas a una orquesta que no aspiró a
la perfección si no simplemente a hacer música y a entusiasmar al público, como
quedó de manifiesto al final. Como dato curioso, se ofrecieron dos bises que fueron creados especialmente
para este tour, por Adrian Varela, concertino uruguayo de la orquesta, el segundo
de las cuales fue una versión orquestal -ad hoc- de la conocida canción mexicana Cielito Lindo. RJ
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